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Detener la intervención de Naciones Unidas en Libia

Peter Main

La decisión de la ONU de intervenir en Libia no ha sido una medida humanitaria para “proteger a los civiles”. Es, ante todo, una política cuidadosamente calculada para proteger los intereses occidentales en el país. En segundo lugar, además, es un paso importante hacia la estabilización de toda la región, ralentizando la ola de rebeliones y garantizando la continuidad en el poder de los aliados de los occidentales, tales como los reyes de Arabia Saudita y Bahréin.

La Resolución 1970 se ha presentado como un mínimo necesario para proteger a los civiles del avance contrarrevolucionario de Gadafi. En realidad deja a las principales potencias imperialistas manos prácticamente libres para actuar como deseen. La resolución no prohíbe el uso de tropas terrestres, tal y como ha sido ampliamente difundido. No prohíbe ninguna fuerza de ocupación extranjera – pero ninguna de las potencias implicadas tiene los medios o la necesidad de organizar una ocupación. No prohíbe el uso de “fuerzas especiales”, como las que Reino Unido intentó infiltrar hace dos semanas, ni el envío de cualquier número de “asesores militares” para ayudar a los nuevos aliados potenciales a derrocar a Gadafi.

Objetivos de la guerra

Gran Bretaña y Francia tomaron la delantera en la organización de la “zona de exclusión aérea” porque tienen más que perder y más que ganar que nadie con la estabilización de Libia. El acceso a los yacimientos petrolíferos fue sin duda un factor, pero también lo fue recuperar un mayor control europeo sobre África del Norte, conocida ahora como “Frontera Sur de la Unión Europea”.

Los Estados Unidos, el tercer miembro del Consejo de Seguridad en apoyar la resolución, ha desempeñado un papel diferente, ya que Washington tiene prioridades diferentes. Sobre todo, tenían que encontrar una manera de fortalecer su posición general en el mundo árabe. La combinación de las guerras en Iraq y Afganistán, el llamamiento democrático de Obama en su discurso de El Cairo, el abandono forzosos a su suerte a Hosni Mubarak en Egipto y el obvio declive en la habilidad económica de los Estados Unidos, ponen en cuestión la capacidad, e incluso la voluntad, de EE.UU. de proteger al resto de los gobernantes árabes también amenazados por revoluciones democráticas.

El retraso de Obama en tomar una decisión fue el resultado del tiempo necesario para llegar eventualmente al acuerdo con toda una gama de otros estados. Parece que el apoyo saudita y, según se informa, los suministros de armas para Bengasi, sólo pudo ser comprado a costa de la aceptación por los EE.UU. de la invasión de Bahréin. Adiós a la democracia y las “preocupaciones humanitarias” Más cerca de Libia, los “nuevos” gobernantes militares de Egipto debían ser tranquilizados mientras, al mismo tiempo, se garantizaba la seguridad de Israel.

Tras haber asegurado todas estas condiciones previas, Obama fue entonces capaz de intervenir y, aparentemente, fortalecer el texto de la resolución original presentada por Gran Bretaña y Francia. Ahora, además de las “prohibición de vuelos”, la ONU sancionó “todas las medidas necesarias” para permitir la protección de la población civil – y lo que fuera “necesario” ¡sería decidido por las propias fuerzas intervencionistas! La idea de que todo esto no se acordó con antelación es simplemente increíble.

Una parte importante de la operación, de hecho una parte crucial, ha sido el papel de Rusia y China. Como miembros permanentes del Consejo de seguridad tienen derecho de veto sobre todas las decisiones. Podrían haber detenido cualquier intervención simplemente levantando una mano. No lo hicieron. Y, por supuesto, no decidieron esto en el curso de la discusión. Fue negociado y acordado, por adelantado, con Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña – todos los cuales entendieron perfectamente que de los carniceros de Chechenia y Tíbet no podía esperarse ningún apoyo a la intervención, al menos no en público.

Alemania, por otro lado, no tiene derecho a veto. ¿Por qué abstenerse? En este caso tenemos que tener en cuenta la presión política interna, ya indignada por la participación en Afganistán, y consideraciones de política a largo plazo. Por no asumir la responsabilidad de la intervención militar, Berlín puede esperar poder desempeñar un papel clave en el futuro cuando se trate de “negociar una solución”. Esto aseguraría que Europa continúa haciendo valer su influencia en la región, aunque Gran Bretaña y Francia tuvieran que hacerse a un lado.

Todo el procedimiento deja claro el carácter real y el propósito de las Naciones Unidas. No es un “Parlamento Mundial” ni representa a la “Comunidad de Naciones”; es un marco en el que las grandes potencias y sus diversos aliados subordinados pueden tratar de resolver las inevitables fricciones entre ellos. El apoyo de la ONU a la intervención militar en Libia no la hace “legítima”; sigue siendo una intervención imperialista para proteger los intereses de los imperialistas. Por esta razón los trabajadores y oprimidos del mundo, pero especialmente los de las principales potencias, Reino Unido, Francia y Estados Unidos deberían oponerse a la intervención “por todos los medios necesarios”.

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