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Historia en ciernes: revoluciones democráticas en el contexto de un desarrollo desigual y combinado

League for the Fifth International

2011, sin duda, será recordado como el año de la Revolución Árabe. Hemos visto una explosión de aspiración democrática y valiente lucha mientras las revoluciones se extendían en pocas semanas desde Túnez y Egipto a Bahréin, Yemen, Libia y Siria. Como cualquier movimiento que desafía y derroca líderes y sistemas que una vez habían aparecido como características inamovibles del orden mundial, el mundo entero fue tomado por sorpresa por la velocidad, la escala y la energía de las masas movilizadas que intuyeron una oportunidad para desalojar a sus gobernantes.

También estallaron movimientos en Argelia, Jordania, Arabia Saudita y Marruecos, pero fueron rápidamente reprimidos o contenidos con concesiones económicas y las promesas de reforma de los regímenes. Palestina también vio la aparición de organizaciones juveniles, aunque Hamas y Fatah al unísono rápidamente suprimieron sus actividades en la calle. Aun así, la intransigencia de Israel y su implacable depredación sobre los restos de Cisjordania ha unido a Hamas y Fatah en un intento por hacer que la ONU reconozca a Palestina como un Estado – caso de que esta propuesta sea rechazada una nueva Intifada puede estar a la vista. Por otro lado, con tanta inestabilidad y la revolución barriendo Oriente Medio, Líbano e Irak se hicieron notar por permanecer relativamente tranquilos.

No podemos, sin embargo, constatar simplemente un balance positivo: hay características negativas en esta situación, obstáculos en el camino de las masas que todavía tienen que ser derribados, y desafíos aún no superados. No ha habido ningún nuevo levantamiento desde marzo. En Egipto y Túnez, aunque se han establecido una amplia gama de libertades de facto, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF por sus siglas en inglés) encabezado por un antiguo amigote de Mubarak, el Mariscal Mohamed Tantawi, todavía mantiene una estricto control del poder del Estado. Mediante la celebración de un apresurado plebiscito, los militares evitaron cualquier reescritura radical de la Constitución u otras leyes por parte de los representantes democráticamente elegidos por la gente común, lo que sólo podría haber significado la convocatoria de una Asamblea Constituyente soberana. Los Hermanos Musulmanes, que apenas apoyaron la Revolución del 25 de febrero, y que ahora apoyan a la Junta Militar, son los esperados ganadores de las elecciones previstas para noviembre.

En Siria, seis meses de lucha heroica no han derrocado aún el régimen baasista. En Libia, Gadafi sólo fue derrocado con la ayuda de los bombardeos de la OTAN y sus asesores militares; aunque claramente las masas celebraban la victoria en las calles, sus autoproclamados líderes, el Consejo Nacional de Transición, se ha convertido en un títere del imperialismo anglo-francés, un obstáculo en el camino de las aspiraciones del pueblo libio.

En vista de estas enormes oportunidades para la transformación social, que ya han traído de vuelta la estrategia de la revolución a la agenda de la política global del siglo XXI, y de los retos profundos que aún permanecen si van a llevarse a cabo, los socialistas revolucionarios tienen que mostrar, mediante la paciente agitación, los argumentos y análisis políticos y con la participación en las luchas de masas, que la democracia burguesa – es decir, democracia que deja a la clase capitalista el control de la sociedad a través de su riqueza y la dominación de los medios de comunicación, la educación, el ejército, la policía y la burocracia estatal – no puede dejar de fallar a la hora de satisfacer las necesidades y esperanzas de la juventud y de las masas explotadas. Las desigualdades sistémicas y las injusticias que condujeron a la revuelta de 2011 están escritas en el ADN del capitalismo global.

Hasta la fecha, sin embargo, las revoluciones en el mundo árabe aún no han establecido siquiera una democracia burguesa. Por otra parte, quienes tienen el poder, e incluso los aspirantes liberales al mismo, y mucho menos sus amos occidentales, tienen intención alguna de establecerla. Sólo quienes obligatoriamente tienen que utilizar los derechos democráticos para luchar por su emancipación tienen la motivación para llevar a cabo esta lucha hasta el final.

Por lo tanto, es evidente, que son necesarias nuevas luchas revolucionarias para desbloquear el camino hacia la democracia y la justicia social, para derrocar no sólo a los dictadores individuales sino a los regímenes dictatoriales por entero, no sólo para liberar el mundo árabe de títeres del imperialismo, sino del dominio de los bancos, las multinacionales del petróleo y del FMI sobre sus economías.

En definitiva, es solamente la clase trabajadora, unida con los campesinos, la juventud revolucionaria y las mujeres, quienes pueden llevar a cabo completamente la Revolución Democrática. Esto no es sólo una cuestión de derecho a voto, sino toda la gama de derechos democráticos, incluido el derecho a formar sindicatos y partidos políticos, la completa igualdad en todas las esferas de la mujer y de todas las etnias, redistribución de la tierra a quien la trabaja, igualdad de acceso a la salud y la educación y la plena soberanía del gobierno electo sobre el territorio y los recursos de la nación. Para resumir, estas demandas dejan claro que los trabajadores y los campesinos sólo pueden lograr su propia liberación por medio de un gobierno de los trabajadores y los campesinos, un gobierno apoyado en sus propias organizaciones de lucha. Hacer esto significa librar una lucha por una transición sin interrupciones de los objetivos democráticos a los socialistas; pasar de una lucha contra la dictadura militar, abierta o disimulada, y contra la pobreza y la desigualdad, a una lucha contra sus causas arraigadas en el capitalismo y el imperialismo.

Los sindicatos son esenciales a la hora de alzar y movilizar a los trabajadores para luchar por sus intereses vitales, como lo son los movimientos revolucionarios de la juventud y las mujeres, pero incluso estos no son suficientes cuando se plantea la cuestión del poder. Los instrumentos para esa lucha deben ser los partidos revolucionarios que pueden canalizar el liderazgo de todas estas luchas diferentes y vincularlas entre sí a través de la región y del mundo en una nueva Quinta Internacional. Aunque es cierto que la falta de tales partidos deja a los trabajadores sin representación cuando se celebran las elecciones, esos partidos no son sólo organizaciones para presentar candidatos a las elecciones; sus militantes deben esforzarse por ser líderes en cada lucha progresiva inclusive hasta la lucha por el poder.

Revoluciones democráticas en el contexto de un desarrollo desigual y combinado.

Este año, 2011, tiene un alcance internacional similar a la de otros “años locos”; 1848, 1919, 1936, 1968 y 1989, cuando brotes revolucionarios se inspiraron mutuamente y se extendieron a través de continentes enteros. Al igual que los levantamientos históricos, la primavera árabe es una revolución democrática. Sus principales demandas son la eliminación de los dictadores militares desde hace mucho tiempo en el poder como Ben Alí, Mubarak, Saleh, Gadafi, Assad; o la creación de gobiernos constitucionales y elecciones libres en las monarquías del Golfo Pérsico, Jordania, Arabia Saudita y Marruecos.

Las revoluciones de 2011 han revelado cuán importante es la libertad personal para los jóvenes de todas las clases bajas. La demanda de las libertades tradicionales, que la modernidad liberal prometió hace mucho tiempo pero que tantas veces ha fracasado en entregar, son a menudo el punto focal de las demandas de los movimientos de hoy: eliminación de las detenciones arbitrarias, del acoso, la extorsión, las palizas y las torturas por parte de la policía. En el siglo XXI, estos principios se han ampliado para abarcar los frutos de la revolución tecnológica: libre acceso a las noticias a través de medios sin censura y la web. Esto va mucho más allá de la lucha por el derecho a vivir y respirar una cultura moderna que ha sido negada y reprimida en muchos de los países ahora arrojados al caos, porque internet se ha convertido en una herramienta fundamental para exponer la corrupción política y el abuso policial, para organizar manifestaciones y promover huelgas. También se ha usado para formar partidos y luchar en las elecciones, para desafiar el monopolio de la propiedad y el control de los “viejos medios’ por parte de los millonarios y del estado.

Todas estas libertades elementales, individuales y colectivas, han sido reducidas o han permanecido ausentes en el mundo árabe durante décadas y en muchos otros países y continentes también. Sería un gran error para los marxistas o anti-imperialistas en Occidente denigrar a estas aspiraciones como “simple liberalismo burgués”, alegando que el parlamentarismo occidental ha demostrado ser una farsa hueca que ha alimentado la alienación y la desilusión, o concluir igualmente que la cuestión primordial en los países oprimidos y débiles del Sur global debería ser la oposición a la dominación de estos países por el imperialismo.

Aquellos quienes sermonean a la juventud democrática y a los trabajadores que luchan por la democracia y el derecho de sindicación, acerca de que sólo deberían dirigir tales demandas contra los regímenes títere del imperialismo occidental y no contra los dictadores de Irán, Sirias o Libia debido a sus pretensiones antiimperialistas, están tratando de contener la marea con una escoba. Expresa una profunda y arrogante despreocupación por los derechos civiles de las masas de Oriente Medio. Si el marxismo va a convertirse de nuevo en un arma para la emancipación humana, debe recordar y reelaborar las demandas democráticas de su programa clásico, tan importantes para el comunismo de Marx y Engels en su lucha para derrocar a los tiranos de la Europa del siglo XIX.

La accesibilidad a las emisoras de televisión por satélite, a internet, las redes sociales (Facebook, Twitter) ha asegurado que millones, si no miles de millones, de trabajadores, campesinos y jóvenes en todos estos regímenes dictatoriales sepan que estas libertades han sido ganadas por las masas en otros países y esto refuerza su determinación. Es un ejemplo notable de cómo la enorme fuerza productiva de la humanidad en el siglo XXI, nuestra capacidad para revolucionar continuamente nuestro modo de vida, puede entrar en conflicto violento con las relaciones sociales opresivas y explotadoras que mantienen atadas a nuestras sociedades.

La revolución democrática siempre tiende a encontrar en los jóvenes su agente más dinámico. En la época de la revolución de la información y la comunicación, de las nuevas tecnologías, la web y de la expansión de la educación superior a nivel mundial, se ha formado una nueva y enorme “intelectualidad popular”, que va mucho más allá de los privilegiados de las clases medias altas. El capitalismo, ahora en un estado de crisis prolongada y en declive sus regiones tradicionales, no puede usar plenamente, mucho menos hegemonizar ideológicamente, esta nueva capa global.

A partir de sus ideales democráticos y promesas, el capitalismo sistemáticamente decepciona y desilusiona a los jóvenes con sus “regímenes realmente existentes”. Éstos se ven obligados a simplemente argumentar que son “inevitables” e “incuestionables”, y se esfuerzan por hacer un caso positivo de su propia existencia, ni mucho menos a la altura de las grandes visiones utópicas de la tradición liberal clásica. Los ideales democráticos por sí solos no pueden ocultar por mucho tiempo las preguntas fundamentales: “¿Democracia para quién?” “¿Libertad para hacer qué?”

Los desempleados, o empleados en condiciones precarias, productos de las escuelas y las universidades quieren puestos de trabajo, y quieren puestos de trabajo acorde con sus nuevas habilidades y capacidades, no trabajos en precario, tediosos, adormecedores o humillantes. Lo mismo aplica a los trabajadores que se encuentran en las enormes fábricas textiles, fábricas de coches o altos hornos que han surgido en países como Egipto, India, China y Brasil donde, ya sea bajo la apariencia de las viejas dictaduras o como regímenes liberales, son negados los derechos elementales y sindicales de los trabajadores.

Por todas las características que las organizaciones políticas de Oriente Medio tienen en común, por todas las interconexiones en la web que las unen entre sí y con el mundo, ésta sigue siendo una región de enorme diversidad y gran desigualdad. Tiene “muchos capitalismos”, en el sentido de políticas con estructuras sociales y de clase con marcadas diferencias. Todos y cada uno de sus gobernantes tiránicos, aunque comparten la corrupción, la avaricia y el nepotismo que se convierten en “estándar” en su posición, hacen uso de divergentes bases de apoyo y promueven distintas formas de justificación. En este sentido, la fisonomía política y social de la región y las luchas tumultuosas que ahora han surgido dentro de estas condiciones, dan testimonio de la dialéctica del desarrollo desigual y combinado en el mundo moderno.

Las revolucionarias contradicciones del desarrollo desigual y combinado

El mundo árabe ha sido durante mucho tiempo un campo de batalla. Primero fue un lugar de amarga lucha entre las antiguas potencias coloniales de finales del siglo XIX y principios del XX, antes de dar paso a la Guerra Fría con una contienda similar entre el imperialismo liberal y estalinismo soviético. Ahora cada vez más es un punto focal para el nuevo período de rivalidades geopolíticas entre las modernas potencias emergentes de Oriente y Sur y los centros metropolitanos tradicionales en declive del capitalismo occidental. Durante el reparto del Imperio Otomano y los períodos después de las dos guerras mundiales surgieron los estados árabes y sus regímenes no democráticos –monarquías y dictaduras militares (pro y anti imperialistas)-. Aunque la idea de la Nación Árabe y, más tarde, de la Umma (comunidad) Islámica, fueron promovidas a fin de resistir o invertir este reparto, la historia de su desarrollo desde entonces ha puesto de manifiesto el carácter ilusorio de estas aspiraciones, ya que ambas han sido internalizadas en la estructura de clase global del capitalismo tardío.

En el período de entreguerras, Gran Bretaña y Francia colonizaron la región bajo el pretexto de los mandatos de la Sociedad de Naciones. Después de la Segunda Guerra Mundial, un segundo levantamiento árabe surgió para desafiar la hegemonía de los regímenes clientelares que dejaron atrás los colonos. Entonces estaba dirigido fuerzas nacionalistas bonapartistas y burguesas, que se inclinaban por dar a las reformas democráticas una prioridad inferior a la modernización. Bajo la presión de la rivalidad de las superpotencias, y sucumbiendo a las lucrativas posibilidades que las alianzas con el imperialismo ofrecían a las élites semi-coloniales, las esperanzas de la Revolución Árabe después de la guerra nunca se realizaron. En su lugar la superpotencia preponderante, Estados Unidos, estableció una colonia disfrazada que actuó como una cuña capaz de dividir los estados árabes.

Los países árabes y musulmanes de Oriente Medio y África del Norte, durante mucho tiempo, han jugado un papel geoestratégico crucial en la política y economía mundiales; no sólo porque sus países tienen el 56 por ciento de las reservas comprobadas de petróleo, sino también debido a la ubicación de la región en las principales rutas comerciales de Europa a Extremo Oriente. De ahí la presencia de 45 000 efectivos del ejército de Estados Unidos en Iraq, 10 000 en Kuwait, 8 000 en Qatar, y más de 100 000 en Afganistán. Además, hay 15 000 efectivos de personal naval en la Quinta Flota de los Estados Unidos en el Golfo Pérsico y el Océano Índico y 21 000 más en la poderosa Sexta Flota de los Estados Unidos en el Mediterráneo.

El apoyo a regímenes militares y monarquías absolutistas claramente desmentía la propaganda de os Estados Unidos y Europa sobre el valor universal de la democracia liberal, pero la actitud real en Washington, París y Londres era la que había sido ya expresada sobre los dictadores de Latinoamérica en un período anterior: “puede que fueran unos hijos de perra, pero al menos eran nuestros hijos de perra”. Los activos más importantes fueron el régimen egipcio (Sadat y Mubarak desde 1973 en adelante), la Casa de Saud, los Hachemitas y las petro-monarquías en miniatura de la Península Arábiga.

La Revolución Árabe de hoy es la tercera ola de resistencia que barre la región en oposición a la influencia y el poder del imperialismo occidental, siguiendo al desafío del nacionalismo panárabe (1918 a 1970s) y la relativamente reciente aparición del islamismo radical (1970s a 2000), al menos en su coloración “antiimperialista”. Todavía, o al menos hasta ahora, la revolución árabe de hoy ha estado dirigida primordialmente contra los regímenes clientelares del oeste, no contra la influencia y el poder del propio imperialismo. Esto ha permitido al orden liberal invocar, una vez más, el hipócrita discurso de los derechos humanos a fin de ganar influencia entre los movimientos de masas y promover figuras liberales, en el sentido político y económico, es decir neoliberales, como El Baradei en Egipto.

Sin embargo, la Primavera Árabe sorprendió a los líderes de Estados Unidos y la Unión Europea en un embarazoso estado de cálidas relaciones con Ben Alí, Gadafi y Mubarak. Estas figuras habían hecho todo lo que habían podido para ayudar a las multinacionales de Occidente, realizaban sus privatizaciones neoliberales y estaban ayudando a los Estados Unidos en sus “negocios sucios” (tortura) de traslados extraordinarios. Sin embargo, los resultados relativamente pacíficos, pero incompletos, en Egipto fueron en parte producto de un repentino giro en la política de Estados Unidos y la Unión Europea. Esto tuvo lugar después de la revuelta tunecina y durante el desarrollo de los acontecimientos en Egipto. Hasta entonces Obama, Cameron y Sarkozy había efectivamente abandonado las políticas de democratización limitada de sus predecesores, incluso favorecían el ‘realismo’ sobre el ‘liberalismo’. Hilary Clinton incluso describió a los Mubarak como “parte de la familia”. Gadafi había, literalmente, plantado su carpa en los jardines del Palacio del Elíseo, alternaba con Silvio Berlusconi y recibía a Tony Blair en Trípoli.

Como resultado de la Revolución Egipcia, los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia cambian de rumbo para aparecer como los patrocinadores y, si fuera necesario, las asistentes de los movimientos democráticos en el mundo árabe. Por supuesto, hubo algunas excepciones notables: Bahréin y su gran vecino Arabia Saudita; éstos son demasiado valiosos y el resultado demasiado incierto para juegos democráticos. En definitiva, su objetivo es simple: asegurar que los regímenes de la región de Oriente Medio y Norte de África se mantengan leales a los intereses de la política de los Estados Unidos y la Unión Europea.

Sobre todo, su propósito es detener o desviar la revolución democrática hacia la fase más restringida posible – es decir, como una fachada de instituciones parlamentarias, pero con un ejército fuerte como garante en la sombra del “orden” y del capitalismo nacional con una puerta abierta a las multinacionales estadounidenses. La Turquía miembro de la OTAN proporciona un modelo real para tal desarrollo, es decir, un estado con todos los vestigios de la democracia liberal, pero con una poderosa estructura militar en su centro y políticamente alineada con los intereses occidentales.

En resumen, el objetivo de Occidente es frenar las revoluciones tan pronto como sea posible, y alentar y apoyar una contrarrevolución democrática por medio de los militares a los que paga, a los que conoce y con los que ha trabajado durante décadas. Una lección que Occidente puede haber extraído del caos en Irak y Afganistán es que el modelo de la OTAN de “tropas sobre el terreno” no es la mejor manera de crear un régimen creíble y obediente.

Desde la década de 1970, un elevado número “activos de EE.UU.”, es decir, estados cliente, han sido mantenidos a través de la venta masiva de armas y vínculos con sus servicios militares y de seguridad. La razón de que el imperialismo, con pocas excepciones, tienda a apoyar estos regímenes dictatoriales, como sigue haciendo con los reyes de Arabia sauditas y los Emiratos del Golfo, radica en la importancia geoestratégica de la región, basada en sus vitales reservas de petróleo, su nexo con las rutas marítimas y oleoductos y, en consecuencia, es el foco de rivalidades entre las grandes potencias antiguas y nuevas.

Rusia está tratando de mantener su puerta de entrada a la región (Siria), y China, aunque no es un contendiente militar, como comprador ansioso de petróleo y defensor de la no injerencia, busca su propio camino hacia esta región, como lo ha venido haciendo en África durante casi una década. Turquía también está rompiendo su papel como gendarme de Estados Unidos y la OTAN y como aliado de Israel para desempeñar un papel más independiente con su cultura islamista conservadora y pretensiones democráticas.

Todos estos factores y las disminución de las reservas de petróleo del planeta indican que en las próximas décadas Oriente Medio seguirá siendo un polvorín de rivalidades de las grandes potencias. Oriente Medio puede significar para los principios del siglo XXI lo que los Balcanes fueron para las potencias europeas en las décadas anteriores a 1914.

A pesar del carácter regional combinado de estas revoluciones hay también un gran desnivel entre ellas, basado en las diferencias de sus fundamentos económicos, sus diferentes estructuras de clase, historias política y cultural divergentes y tipos de régimen político. Algunos de los regímenes son estados-rentistas-del-petróleo, es decir, una clase capitalista estrechamente alineada con el estado, que controlan el acceso a activos físicos (tierra, petróleo, minerales, etc.) de los que reciben un flujo de ingresos. Arabia Saudita, Kuwait, otros pequeños Estados del Golfo y Libia entran en esta categoría. Como su riqueza se ha acumulada a lo largo de las décadas, algunos de estos burgueses-rentistas se han convertido en capitalistas financieros, comerciales e incluso industriales al invertir su dinero en el extranjero en el mercado global.

Estos países tienen un perfil atípico de clase en que la mayoría de la clase trabajadora son inmigrantes extranjeros, sin derechos de ciudadanía. En 2007 Arabia Saudita (oficialmente) tenía un 67 por ciento de la fuerza de trabajo del extranjero u 8,2 millones en una población de 25,6 millones. En Libia estaban al borde de la revolución: 2,5 millones de trabajadores extranjeros en una población de 6,4 millones. La inseguridad de estos trabajadores permite al Gobierno y a los empresarios expulsarlos si causan problemas y, cuando hay un alto índice de desempleo entre la población autóctona, la existencia de esta enorme masa de mano de obra migrante, a menudo se traduce en élites tratando de dividir a la clase trabajadora a través del racismo y el chovinismo.

Países como Egipto, Siria y Argelia tienen un perfil de clase más “normal” para el Sur y Oriente globales. Todavía ‘subdesarrollados’ en términos de un considerable campesinado y clases urbanas artesanas, pero con una importante clase obrera industrial, que a menudo se remonta a las políticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial de sustitución de la importación por desarrollo interno, pero que también abarca nuevas capas que han entrado en la clase obrera durante las décadas de la globalización.

Los regímenes más totalitarios (Libia, Siria. Irán hasta cierto punto) han mostrado mayor poder de resistencia gracias a tener partidos con organizaciones sociales de masas, o “comités populares” etc., y a las milicias semi-fascistas, enormes estructuras policiales secretas que han atomizado, por no decir aterrorizado, a sus poblaciones nacionales durante décadas. Del mismo modo, Mahmud Ahmadineyad en Irán fue capaz de contener el reciente renacimiento efímero del Movimiento Verde a través de la movilización de los matones de la Basaji.

Estos regímenes también se protegieron a sí mismos a los ojos de las masas, – tradicionalmente al menos – con una ideología antiimperialista, (islamista, nacionalista o, como Gadafi, con alguna combinación de las dos), junto con la adhesión a, y la financiación de, la causa palestina. Por último, pero no menos importante, también utilizan una fracción de los ingresos del petróleo para crear elementos de “bienestarismo”, ligados a su partido, a fin de crear una base social. En Libia y Yemen hubo también el uso del tribalismo para dividir a los potenciales opositores al régimen.

Los “regímenes militares bonapartistas” más clásicos, como Egipto y Túnez, que permitían cierto grado de existencia de sociedad civil, partidos políticos, sindicatos, etc., e incluso habían iniciado un programa de reformas democráticas muy limitadas desde 2004 en adelante, sufrieron revoluciones relativamente pacíficas. La razón fue que el alto mando del ejército siempre era funcionalmente distinto de la familia y corte de camarillas del dictador. Este último también participa en la corrupción masiva. Pero aquí hay que añadir que estas revoluciones están lejos de ser completas, incluso en cuanto a las cuestiones democráticas más elementales.

Causas y fuerzas motrices de la Primavera Árabe

Agudos observadores ya habían observado el crecimiento de una enorme demografía de jóvenes cultivados, gran parte de ellos desempleados (40-60 por ciento en promedio) y los empleados a menudo en empleos precarios, muy por debajo de sus calificaciones. En vísperas de la revolución egipcia según las cifras oficiales, había un millón jóvenes desempleados (edad de 20 a 24) que constituyeron la vanguardia de la Revolución. Más aún, de acuerdo a una investigación Agencia Central de Estadística Egipcia, al final de 2010, más del 43% de los desempleados egipcios tenían títulos universitarios. Por lo tanto esta vanguardia fue no solamente joven sino también altamente cualificada. De hecho, el corresponsal de la BBC, Paul Mason, les llama “un nuevo tipo sociológico, el graduado sin futuro”.

El acceso de estos estratos a sitios web de noticias extranjeras como Al Jazeera, que rompió el monopolio de la información, y en árabe, les hizo conscientes de eventos fuera de la región, especialmente en Europa. En 2010 vieron importantes movilizaciones de los trabajadores y la juventud en Grecia, Francia y Gran Bretaña. El uso de Facebook, Twitter y la mensajería de texto les permitió movilizar redes cuyos miembros podían movilizar localmente números aún más amplios. Sin ceder a las tonterías sobre si esto fue una revolución de Facebook, un uso adecuado de las redes sociales ayuda a acelerarla. El número de usuarios de Internet en Egipto era de 21,2 millones antes del 25 de enero.

Al igual que el nacimiento de un movimiento obrero independiente retrotrae a los primeros años de la década pasada, así hace también el movimiento juvenil. El nacimiento de un movimiento democrático en Egipto se originó en apoyo a la intifada palestina en el año 2000 por estudiantes universitarios y de secundaria. Otra ola multitudinarias de manifestaciones tuvo lugar en 2003-04 contra la invasión de Irak y contra el apoyo de Mubarak a la guerra. En 2004 el Movimiento Egipcio por el Cambio Kifaya (¡Basta!) surgió de estos movimientos. Su ala juvenil, Jóvenes por el Cambio, fue un campo de entrenamiento para los grupos de jóvenes que iniciaron la revolución de 2011. Uno de ellos fue el Movimiento Juvenil 6 de Abril movimiento creado en 2008 en apoyo de los trabajadores textiles de la ciudad egipcia de El-Mahalla El-Kubra, quienes plañeron una huelga el 6 de abril de 2009. Desde entonces ha crecido hasta casi 70.000 miembros. Las habilidades de los jóvenes activistas en el uso de las redes sociales movilizaron la solidaridad no sólo en Egipto sino en todo el mundo.

Otro grupo cristalizó alrededor de las actividades de Wael Ghonim, un ejecutivo de marketing de Google, llevado al activismo político cuando la policía apaleó hasta la muerte a un joven activista de 28 años de edad llamado Khaled Saeed, quien se manifestaba contra la corrupción de la policía en Alejandría en junio de 2010. Ghonim creó un grupo de Facebook llamado “Todos somos Khaled Saeed” que atrajo a 220.000 miembros en pocas semanas y llegó a los 800.000. Durante el verano de 2010 miles de personas participaron en protestas semanales.

Las sugerencias de que la revolución egipcia fue simplemente espontánea son ampliamente erróneas, excepto en el sentido de que todos los movimientos de millones de personas son el resultado de una acción o evento que de repente activa sentimientos reprimidos de ira, descontento y una aspiración revolucionaria entre las masas. Pero los marxistas no sólo se regocijan en la espontaneidad revolucionaria sino que esperamos encontrar el ‘evento disparador’ y las fuerzas sociales: esas organizaciones preexistentes que habían preparado el camino para el mismo, lo habían organizado y lideraron el movimiento a la batalla.

De hecho, ya hubo varias de tales redes de juventud revolucionaria democrática de considerable tamaño y alcance. Tenían un cuadro, experimentado, dedicado y bien organizado, de activistas y organizadores, y estructuras organizadas a través de internet y las redes sociales. Formaron en un frente unido ad hoc, la Coalición de Jóvenes Revolucionarios (RYC por sus siglas en inglés), después de que estallara la Revolución Tunecina y brillantemente eligieron el día de fiesta nacional de la policía para lanzar las manifestaciones en la Plaza Tahrir y otros centros claves en Egipto. Un número de los organizadores principales eran revolucionarios socialistas conscientes.

¿Cuáles fueron las causas subyacentes de las revoluciones árabes? La crisis económica mundial ciertamente afectó a Oriente Medio, pero no debido principalmente a caída alguna en la producción absoluta. La economía de Egipto efectivamente había visto un crecimiento constante durante el nuevo siglo (alrededor del 3% de crecimiento real del PIB en 2001-2003, el 4% en 2004 y 5% en 2005, llegando a un pico de 7.2% en 2008). El régimen incluso hizo cháchara sobre “el Tigre en el Nilo”. Vino después un serio declive en el crecimiento, pero aun se estima que el PIB real egipcio de 2010-11 ha crecido alrededor del 2%.

Los elementos más inmediatos de la crisis social que condujeron a la rebelión fueron las crecientes desigualdad e inseguridad social conforme las reformas neoliberales, iniciadas en la década de 1990 y principios del 2000 bajo el auspicio del FMI, se intensificaron bajo la presión de la crisis financiera mundial. Entre el 20 y el 40 por ciento de los egipcios viven por debajo de la línea de “pobreza absoluta”; aunque se trata de una cifra inferior a la de India o China, es todavía un número enorme. La causa económica más inmediata fue el repunte en los precios de los alimentos a principios de 2011. Ningún país de la región está cerca de la autosuficiencia alimentaria por lo que los precios mundiales tienen un efecto inmediato, no sólo en los más pobres, sino también en la clase trabajadora. Así, en la primavera de 2008, surgieron las protestas contra el aumento de los precios alimentarios en Egipto. No fueron los primeros.

Un resurgimiento de la lucha sindical egipcia había comenzado tan pronto como a principios de 2004, impulsada por el desempleo, los salarios estancados, la pérdida de beneficios y los aumentos dramáticos de precios en bienes de primera necesidad. Comenzando en las fábricas textiles del Delta, una ola de protestas y huelgas se extendió rápidamente a los trabajadores de la construcción, los servicios de alimentación y el transporte. Profesiones “de cuello blanco” como recaudadores de impuestos, profesores y periodistas se sumaron también. Los comités locales de la oficialista Federación Sindical Egipcia (ETUF) se negaron a autorizar las huelgas, al igual que sus líderes nacionales. Por lo tanto los trabajadores hicieron huelga ilegalmente, exigiendo el derecho a formar sindicatos independientes.

El 6 de abril de 2008 estalló una huelga en las fabricas de hilado y tejido de la ciudad industrial de El-Mahalla El-Kubra. Jóvenes activistas “blogueros” lanzaron un grupo de Facebook para apoyar a los huelguistas en el llamado “Movimiento Juvenil 6 de abril”. Esto se convertiría en un punto central de la cristalización de la Revolución Egipcia de 2011. En abril de 2009, el Sindicato de Inspectores Fiscales sobre Bienes Inmuebles (RETA) solicitó su legalización como el primer sindicato independiente del Egipto. La RETA y a continuación los profesores, los técnicos y los trabajadores de la salud organizaron sindicatos independientes.

El 30 de enero de 2011, estos cuatro sindicatos independientes se unieron, junto con trabajadores industriales de otros sectores, la Central Sindical de Trabajadores de Servicios (CTUWS) y ONGs por los derechos sindicales, para formar la Federación Sindical Egipcia Independiente (EITUF). Inmediatamente emitió una convocatoria de huelga general que fue ampliamente seguida, especialmente en Suez y el Delta y que condujo a feroces batallas con la policía.

El miedo a que la ola de huelgas se convirtiera en una huelga general nacional jugó un papel vital en impulsar que los jefes militares derrocaran a Mubarak. En marzo, sin embargo, el nuevo Gobierno Provisional aprobó una ley anti-huelga, afirmando que la acción de los trabajadores impedía la recuperación y perjudicaba a la economía nacional. Los nuevos sindicatos hicieron campaña para que la administración corrupta pro-Mubarak de la ETUF fuera eliminada y el 4 de agosto, el Gobierno la disolvió convocando elecciones para un nuevo liderazgo que tendrían lugar en 90 días.

Una revolución inconclusa: resultados y perspectivas en Egipto y Túnez

Las revoluciones egipcia y tunecina, cuyas fuerzas de masas fueron encabezadas por jóvenes, triunfaron debido a la intervención de la clase trabajadora a través de huelgas y ocupaciones. Los objetivos del movimiento eran anti-dictatoriales y democráticos y además, como elementos importantes subordinados, deseos de justicia social, empleo y derechos sindicales. Esta ideología democrática les proporcionó un enorme atractivo. Un componente de este atractivo fue la ideología de la protesta pacífica, permaneciendo sin violencia, incluso ante los matones de la policía y del partido gobernante (más de 800 ‘‘mártires’ en Egipto) y las instancias al ejército a mantenerse neutral o proteger a las personas. En ambos casos, eventualmente, el ejército permaneció fuera del conflicto, rechazando la petición del gobierno dictatorial de disparar sobre la multitud.

Aunque Ben Alí se viera obligado a huir, Mubarak y su familia fueran expulsados del poder y finalmente encarcelados, y sus partidos fueran disueltos bajo la presión de las constantes protestas masivas, los militares, procedentes de las antiguas élites y en la sombra de los gobiernos de los reformadores, han escapado al peligro real de la revolución para las clases gobernantes. Este peligro hubiera significado la entrega del control de las fuerzas armadas al pueblo y la adhesión a la revolución por los soldados de tropa. De hecho, esto probablemente habría ocurrido si las órdenes de Ben Alí y Mubarak al ejército de abrir fuego se hubieran cumplido.

Sin embargo, el resultado es que la “revolución” del 11 de febrero fue también una revolución palaciega en la que el ejército derroca al antiguo dictador. Esto le dio al ejército, y por ende a la pequeña elite que aún lo controlaba, un considerable prestigio, y por lo tanto poder, para modelar los acontecimientos políticos. El lema de la Plaza Tahrir: “el ejército y el pueblo son uno” fue un éxito como llamamiento a los soldados a no abrir fuego, pero fue un gran error como declaración de hechos. Una junta militar, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, encabezado por el Mariscal Mohamed Tantawi, asumió todos los poderes de Mubarak. La Ley de Emergencia de Egipto de 1958 permanece en vigor, aunque no se aplique. Las reformas han sido lentas y tuvieron que ser forzadas por más movilizaciones. Aproximadamente lo mismo ha ocurrido en Túnez.

Aunque en Túnez y en Egipto los derechos democráticos más importantes han sido conquistados de facto: la libertad de formar partidos políticos, nuevos sindicatos independientes, libertad de reunión y manifestación, libertad de prensa, para nombrar los importantes; estarán seguros sólo mientras las masas estén movilizadas para defenderlos.

La debilidad política de los dirigentes radicales del movimiento fue revelada por los resultados del referéndum sobre los cambios constitucionales el 19 de marzo. Se trataba de un clásico plebiscito bonapartista encaminado a aliviar la presión para una renovación radical de toda la constitución, como habría hecho una Asamblea Constituyente.

Más de 14 millones de electores votaron a favor de los cambios propuestos por el SCAF, mientras que alrededor de 4 millones lo hicieron en contra. Alentado por este respaldo, el Gobierno promulgó una ley contra las huelgas y manifestaciones que, según el gobierno, perjudicaban la economía nacional. Si bien éste es el lado democrático de la doma de la revolución y de la extinción de su potencial, la derecha Salazista, que ha quemado iglesias y atacado a los coptos y activistas de izquierdas, constituye la punta de lanza fascista de la contrarrevolución.

En Egipto, Tantawi debe su éxito en mantener el poder no sólo a la caída de Mubarak, sino también a la debilidad política de los líderes de los manifestantes de la Plaza Tahrir. Éstos se contentaron con ganar la neutralidad de las fuerzas armadas en su conjunto, en lugar de volver efectivamente a la tropa, los suboficiales y oficiales jóvenes del lado de la revolución y contra el alto mando. Éste era un importante, en realidad esencial, componente de la estrategia de la “revolución pacífica”.

Los movimientos de la Juventud Revolucionaria, que habían proporcionado el núcleo central de los organizadores de las protestas masivas en Egipto, pronto se encontraron divididos tras su victoria, según la vieja máxima “La Victoria divide a los victoriosos”. La juventud de los Hermanos Musulmanes se borró de la primera línea porque se estaba formando un nuevo partido y parecía probable una victoria electoral en las elecciones de otoño. La juventud liberal, asimismo, se reunió para la construcción de una base electoral para uno u otro de los prominentes “estadistas internacionales” y candidatos presidenciales como Mohammed al Baradei o el Partido Al Ghad de Ayman Nour. Otros, los más cercanos a la clase obrera, han intentado establecer partidos socialistas u obreros. Socialist Worker (órgano del Socialist Workers Party de Reino Unido) “más de 2.000 personas han ingresado en el nuevo Partido Democrático de los Trabajadores, que tiene una plataforma anticapitalista. Asimismo, más de 3.000 izquierdistas, socialistas y activistas han formado el Partido de la Alianza Popular Socialista con un radical programa pro-obrero. En mayo, cuatro grupos revolucionarios formaron el Frente Socialista.” Está claro, entonces, que una variedad de fuerzas y programas están ahora en liza por el futuro del país.

Otra oleada de “manifestaciones del viernes” se produjo en la Plaza Tahrir, en Alejandría y en Suez en respuesta a los intentos de declarar la revolución como completada, con cientos de miles de participantes el 1 y 8 de abril. Una importante movilización tuvo lugar en julio, re-ocupando la Plaza Tahrir desde el 8 de julio y por casi un mes. Hacia el fin de mes, sin embargo, el 23 de julio, un intento de manifestación fue brutalmente desbaratado y dispersado por la policía; y el 29 de julio, los Hermanos Musulmanes y más grupos fascistas “Islamistas Salazistas” tomaron la Plaza Tahrir con una gran manifestación de un millón de participantes, denunciando el laicismo y entonando cantos de apoyo al alto mando del ejército. Finalmente, el 1 de agosto, el ejército y la policía expulsaron bruscamente a los pocos cientos de ocupantes restantes. Esto fue claramente un revés importante para la revolución.

Sin embargo, desde septiembre parece que se está construyendo otra contraofensiva contra la contrarrevolución con la convocatoria de una huelga general abundando ahora en la clase trabajadora. Se está propagando una ola de huelgas de los trabajadores textiles, maestros, trabajadores de correos y trabajadores del metro de El Cairo. Un día de acción, incluyendo huelgas y ocupación masiva de las plazas, estaba prevista para el 9 de septiembre. Las cuestiones que se plantean son el final de los juicios militares (que han visto un increíble número de 13.000 personas ante tribunales militares desde que el SCAF tomó el poder en febrero pasado), el carácter antidemocrático de los planes para las elecciones y las leyes antisindicales aprobadas por el Gobierno en marzo.

La Revolución Libia

En Libia, ahora tenemos una revolución que ha triunfado gracias en parte a la juventud que no sólo aprendió a crear un movimiento de masas en las calles, sino también cómo utilizar medios militares para hacer frente a la represión. Pero ganaron en parte gracias al apoyo recibido por parte de los ataques aéreos de la OTAN, que destrozaron la fuerza aérea de Gadafi y golpearon repetidamente sus columnas blindadas y su artillería pesada, permitiendo así que los combatientes rebeldes, livianamente armados e inicialmente indisciplinados pero entusiastas, derrotaran a los mejor entrenados soldados y mercenarios del régimen. Ahora diversas fuerzas, como en Egipto, están compitiendo por el poder.

Nosotros no negamos, como hace alegremente la izquierda pro-Gadafi, la capacidad de acción del pueblo libio, es decir, su derecho a actuar para derrocar a su régimen, simplemente porque ellos fueron ayudados a hacerlo por el imperialismo occidental. Pero tampoco puede negarse que la intervención imperialista les ayudó contra una mucho mejor fuerza armada. Tener esos “amigos” conlleva un potencial desastre para los jóvenes revolucionarios que quieren libertad y justicia social.

El Consejo Nacional de Transición (NTC por sus siglas en inglés), sin duda, hará todo lo posible para cumplir las promesas que hicieron en público, y en secreto, a Occidente por su apoyo. Sin embargo, los planes de las grandes potencias no son compatibles con los objetivos y aspiraciones de quienes hicieron realidad los combates. Los jóvenes y los trabajadores quieren construir una Libia democrática y también socialmente justa, con puestos de trabajo y una vivienda mejor y con los ingresos del petróleo utilizados para el beneficio de todos. Si el país es simplemente saqueado por los imperialistas, esto hará que ese sueño se desvanezca rápidamente. Por lo tanto habrá una poderosa propensión a defenderse, e incluso una vanguardia minoritaria puede utilizar la democracia y la camaradería de la lucha para ganar a más personas para la causa de la resistencia contra los imperialistas y sus nuevos títeres.

Los revolucionarios libios, sin duda, se ven obstaculizados por las graves limitaciones de su programa y por la falta de profunda conciencia antiimperialista. La misma idea de esto ha sido degradada por el uso indebido de Gadafi, bastante parecido a la degradación estalinista del marxismo. Pero es nuestro deber como revolucionarios delinear un curso de acción, basado en la necesidad elemental de la juventud y de los trabajadores por la democracia y la justicia social, que puede llevar a la revolución hacia adelante y defenderla contra los planes de los imperialistas y del NTC.

Ahora que Gadafi ha caído, la Revolución Libia debe profundizar y acabar con los restos del antiguo régimen – los comités populares necesitan evitar que el nuevo Gobierno del NTC y las potencias de la OTAN roben los frutos de la victoria popular. La entrada de los rebeldes en Trípoli anunció el principio del fin para Gadafi. La oferta de dictador para armar a la población de Trípoli contra los rebeldes fue completamente inútil: porque las masas ya estaban en las calles celebrando su caída.

Como todos los levantamientos victoriosos, la Revolución Libia tendrá que aplastar a los elementos restantes del antiguo régimen, incluyendo a Gadafi y sus hijos. Al mismo tiempo, la revolución necesita disciplina propia. Una milicia armada popular debe ser formada en cada comunidad con sus acciones y armas sujetas a un control democrático. Los terribles casos de asesinatos de personas de raza negra necesitan ser detenidos a toda costa. Aunque Gadafi contrató a mercenarios subsaharianos parece que, en Trípoli, las bandas están tratando a los trabajadores inmigrantes negros y a libios negros del sur como si todos fueran mercenarios de Gadafi. Cualquier persona que haga esto debe ser juzgada y sumariamente castigada.

Sin embargo, el mayor peligro para la Revolución es la OTAN. Las potencias imperialistas, lideradas por Francia y Gran Bretaña, sólo apoyaron al bando rebelde en la guerra civil para recuperar su prestigio y su posición en Oriente Medio después de que ‘sus chicos’ fueran derribados en Egipto y Túnez. Es el cáliz envenenado del imperialismo, su hipocresía y su egoísmo, lo que constituye en última instancia, el motivo por el cual los socialistas revolucionarios no podían apoyar su campaña de bombardeos sobre. Mientras estamos incondicionalmente a favor del triunfo de la revolución, estuvimos, y estamos totalmente en contra de la intervención de Occidente.

El New York Times informa abiertamente sobre los planes de las compañías petroleras de las potencias europeas occidentales (la italiana Eni, BP de Gran Bretaña, Total de Francia, Repsol YPF de España y OMV de Austria) para empezar a explotar el país en toda con su fuerza. Todas ellas eran, según el NYT “grandes productores en Libia antes de que la lucha estallara y se preparan para ganar más una vez que termine el conflicto.” El Ministro de Asuntos Exteriores de Italia, Franco Frattini, se jactó de que Eni “tendrá un papel Nº 1 en el futuro”. Ahora hay informes de que el NTC ha prometido a Francia un 35 por ciento del petróleo de Libia y Rusia está negociando con el NTC para asegurar el contrato que hizo con Gadafi para que su monopolio energético, Gazprom, adquiera el 33 por ciento de las acciones de Eni en el campo petrolífero y de gas Libya’s Elephant, un proyecto por valor de 113 millones de euros.

Los izquierdistas pro-Gadafi que describen esto como una ocupación imperialista o un saqueo del petróleo de Libia deberían observar que todo esto ya pasaba bajo Gadafi también. La OTAN ha encontrado a aliados dispuestos entre los miembros del anterior régimen de Gadafi que habían desertado a la revolución, muchos de los cuales ahora están sentados en el liderazgo del Consejo Nacional de Transición que se ha instalado a sí mismo como el Gobierno de Trípoli.

Sin embargo, las fuerzas de la revolución Libia son heterogéneas. Incluso el NTC está conformado por exoficiales de Gadafi, además de algunos de los rebeldes originales que iniciaron la revuelta democrática antes de que la OTAN comenzara su intervención. Casi con certeza habrá una lucha para decidir la composición del nuevo Gobierno. Hay un enorme número de rebeldes armados en las calles y sólo los enemigos cínicos de la Revolución Libia pretenderán que son todos títeres o reaccionarios. Muchos de ellos potencialmente pueden llegar a darse cuenta de que los imperialistas no son amigos del pueblo libio, que los desertores del régimen de Gadafi son corruptos y no ayudarán a la gente, que la vieja policía asesina y la burocracia estatal no satisfarán las necesidades urgentes de los libios de a pie.

La siguiente etapa de la revolución debe ser luchar contra los líderes pro-imperialistas del Consejo Nacional de Transición. La Revolución Libia forma parte de la Gran Revolución Árabe de 2011. Ahora, tres países limítrofes entre sí a través del norte de África han derrocado a sus dictadores: Túnez, Libia y, por supuesto, el mayor de los tres, Egipto. ¿Por qué respetar las antiguas fronteras coloniales que dividen a estos estados? Los pueblos deberían extender su lucha por la democracia a una lucha por un Estados Unidos del Norte de África.

¿Qué fuerza en Libia, Túnez y Egipto es lo suficientemente fuerte como para llevar adelante la lucha de esta manera, como para derrotar al NTC en Libia y a los generales en Egipto? Es la clase obrera. Un partido fuerte clase obrera debe ser construido para enlazar estas luchas, profundizar la revolución democrática y llevarla hacia adelante, hacia el socialismo: lo que significa el poder en manos de los consejos obreros y las milicias del pueblo, y el establecimiento de una economía planificada para las necesidades del pueblo, no para servir la codicia de los capitalistas en casa… o en el extranjero.

Siria: La sangrienta represión de Assad sobre las masas

El régimen sirio del partido Baath (partido del renacimiento) de Bashar al-Assad y la derrocada dictadura libia de Muamar el Gadafi tienen mucho en común. Ambos han existido durante más de cuarenta años, aunque Bashar “heredó” el poder de su difunto padre Hafez al-Assad en 2000. Ambos buscaron su legitimidad en sus antagonismos con las potencias occidentales, aunque esta actitud ha ido siempre de la mano con vergonzosos actos de colaboración.

Ambos, Gadafi y Assad, abandonaron un desarrollo dirigido por el estado en favor del neoliberalismo, socavando en el proceso sus antiguas bases de. Ambos utilizaron la intervención de la OTAN en Libia para atacar a las revoluciones contra ellos, Gadafi posando como protector de la independencia de Libia y Bashar al presentar la Revolución Siria como un complot para propiciar una invasión extranjera de la nación. Ambos han intentado matar a la gente en las calles para mantenerse en el poder. Sin embargo, a diferencia de Gadafi, Assad ha combinado la fuerza bruta con promesas engañosas de “reforma”. Las cañoneras bombardearon la ciudad costera de Latakia el 14 de agosto, incluyendo su campamento de refugiados palestinos, matando a 26 personas, mientras los soldados disparaban contra manifestantes desarmados en Homs, Hama y Deir ez-Zor, la misma semana que el gobierno pretendía haber cesado todas las acciones militares y policiales.

Al tiempo que bañaba en sangre al movimiento de protesta, el régimen sirio ha prometido celebrar “elecciones libres y justas” a finales del año, y permitió que miembros de la oposición liderada por el periodista Michel Kilo celebraran una conferencia en Damasco a finales de junio. Para el movimiento por la democracia, el avance más prometedor ha sido la creación de una “Comisión General” para coordinar el levantamiento, que reúne a 44 grupos de la oposición, los cuales han rechazado cualquier diálogo con el régimen hasta que cesen todos los actos de violencia.

Como ha ocurrido en Libia, donde la intervención imperialista y las marchitas credenciales “antiimperialistas” del régimen de Gadafi, persuadieron a los populistas de América Latina, liderados por Hugo Chávez, a los estalinistas y a los restos desmoronados de la corriente de Healy, de que apoyaran al régimen contra su propio pueblo, los recientes acontecimientos en Siria han visto a muchos pretendidos socialistas quedarse indiferentes o incluso oponerse a un levantamiento popular por los derechos democráticos elementales. Al igual que sectores de la izquierda árabe influida por el nacionalismo, han preferido el espejismo de una alianza con una dictadura burguesa respaldada por Irán, como un supuesto bastión de la “resistencia” al imperialismo, frente a la realidad de una revolución viva.

Las credenciales de izquierda o antiimperialistas de la dinastía Assad son apenas mejores que las de Gadafi. El colapso de la Unión Soviética y la rivalidad con el dictador baathista Saddam Hussein vio a Siria dar un bandazo hacia el imperialismo estadounidense, apoyando la guerra liderada por Estados Unidos para expulsar a Irak de Kuwait en 1991. El papel de Siria como guardián del Tratado de Taif tras la guerra civil en el Líbano, su papel como apoyo de Hezbolá, su oposición a los acuerdos palestino-israelíes de Oslo y su patrocinio de las facciones palestinas anti-Oslo, fueron todas fichas de negociación en sus relaciones con las potencias imperialistas, así como le permitieron igualmente restaurar sus credenciales “antiimperialistas” en el mundo árabe.

Por el contrario, la ola de privatizaciones (y su consiguiente corrupción) que comenzó después de la desaparición del apoyo Soviético en la década de 1990, su aceleración después de la muerte de Hafez al-Assad y la sucesión de su hijo Bashar en 2000, el fracaso de las “reformas políticas” prometidas por este último en sus primeros años en el poder, la expulsión de Siria del Líbano tras el asesinato del ex primer ministro Raffic Hariri en 2005, y su oposición a la invasión estadounidense de Irak en 2003, han aumentado de diversas maneras su aislamiento interno y externo. Una rejuvenecida Rusia, sin embargo, siempre ha protegido a Siria como estado cliente ante las Naciones Unidas y aún así lo hace.

Las causas de la revuelta en Siria no son diferentes a las de otros lugares de la región: la total ausencia de democracia o libertad de expresión, la alienación y las frustradas ambiciones sociales de las generaciones más jóvenes y una mayor desigualdad social exacerbada por la crisis económica mundial. Los socialistas revolucionarios no deberían dejarse llevar, ni por un momento, por la noción de que los regímenes árabes supuestamente “antiimperialistas” son una excepción a la revolución que ahora recorre el mundo árabe. Sólo una revolución de los trabajadores y campesinos sirios puede resolver las tareas de la democracia en Siria, y de esta manera, todas las comunidades de Siria tendrán un papel legítimo.

Yemen al límite.

El masivo levantamiento de la juventud en Yemen contra el Presidente Ali Abdullah Saleh combina características de las revoluciones populares en Egipto y Túnez con elementos de la guerra civil en Libia y la sangrienta represión en Siria. Existen, como en Siria, importantes posibles fisuras entre la población chiita en el norte los sunitas en el sur; hay numerosas tribus y también poblaciones urbanas modernas. Yemen está entre los estados árabes medianos en términos de su población con una población estimada de 25 millones (cfr. Siria 22 millones, Arabia Saudita 27 millones, Irak 34 millones y Argelia 36 millones). Sin embargo, es el país más pobre del mundo árabe con menos de la mitad del PIB per cápita que los países no petroleros con poblaciones de tamaños similares. Su vecina, Arabia Saudita, tiene un PIB per cápita de 23.825 $ comparado con los 2.485 $ de Yemen. A pesar de sus pequeños yacimientos de petróleo y sus reservas de gas inexplotadas, la importancia del Yemen para las potencias imperialistas y regionales como Arabia Saudí, se encuentra en su posición estratégica frente a las rutas petroleras marítimas más importantes. La intervención estadounidense en Yemen es un producto de la “guerra contra el terror”, tras el bombardeo del destructor estadounidense Cole en 2000.

Las administraciones Clinton, Bush y Obama han gastado hasta 300 millones de dólares en fuerzas militares y de seguridad interna leales a Saleh, incluyendo helicópteros, tanques, vehículos, equipo de vigilancia de alta tecnología y capacitación del personal. WikiLeaks de cables de la embajada de EEUU revelan que la Casa Blanca conoce muy bien que este arsenal es utilizado regularmente contra los opositores políticos del régimen. El Gobierno Saudí también tiene una comisión especial encabezada por ministros del gobierno con un enorme presupuesto para interferir y manipular la política de Yemen. Líderes tribales yemeníes, políticos y líderes religiosos reciben generosas ayudas en forma de sobornos desde Riad.

La Revolución Yemení prendió en cuanto pudo inspirarse directamente en la Plaza Tahrir de Egipto. Pero había habido desde 2007 una campaña de menor intensidad de protestas anti-régimen por parte de estudiantes y funcionarios desempleados del antiguo “régimen socialista”, que proporcionó una infraestructura ya existente para el nuevo movimiento de masas. El 11 de febrero miles de jóvenes se reunieron en la Plaza Tahrir (Liberación) de Saná sólo para ser atacados por las fuerzas de seguridad y los matones del régimen armados con palos y cuchillos. Tras ser desautorizados a ocupar la plaza, instalaron su campamento fuera de la Universidad de Saná en un área a la que llamaron Plaza Taghyir (Cambio).

A las ocupaciones de plazas en Saná, Adén y otras ciudades siguieron masivos “días de ira” según el modelo egipcio. La campaña ha sido testigo de muchos ataques crueles, a veces con decenas de muertos. Mientras tanto, la oposición parlamentaria y tribal participaba en una serie de negociaciones infructuosas con Salah. La oposición burguesa se agrupa en el Partido del Encuentro Común (Joint Meeting Party JMP), una coalición de Socialistas adenitas, islamistas sunitas y otros conservadores afiliados al partido conocido como Islah, y partidarios de nasseristas, baathistas y plataformas liberales, así como los islamistas de la rama zaydí del chiismo de Yemen del Norte. Deserciones importantes han tenido lugar en los escalafones superiores del régimen de Saleh; destacando Ali Muhsin, jefe de la Primera División Blindada y la Comandancia Militar del Noroeste que libró una sangrienta y victoriosa guerra contra los secesionistas del sur en 1994 y contra los chiitas del norte en 2010.

Preocupados por la perspectiva de un exitoso derrocamiento revolucionario de Saleh o de una guerra civil al estilo libio, los sauditas, apoyados por los estadounidenses, utilizaron la mediación del Consejo de Cooperación del Golfo para intentar convencer a Saleh de que dimitiera de la presidencia y diera paso a una administración conjunta con la oposición parlamentaria. Pero a pesar de repetidas promesas de irse, Saleh se desdijo una y otra vez. En junio Saleh fue gravemente herido en un ataque rebelde contra la mezquita presidencial y se retiró a Arabia Saudita, pero su hijo Ahmed Saleh asumió extraoficialmente el mando.

Una guerra civil de baja intensidad ha ocupado los meses de verano, mientras que continuaron los intentos de protesta pacífica que fueron persistentemente respondidos con fuego por el régimen. Muy acertadamente los jóvenes no confían en el JMP ni en un carnicero como Ali Muhsin. Pero ahora es evidente que, al igual que con Gadafi, la protesta pacífica por sí misma no se librará de la dinastía de Saleh.

Si la juventud revolucionaria no es capaz de armarse y si una huelga general no paraliza el régimen, la iniciativa se escurrirá entre las manos de las fuerzas democráticas. Entonces, si Saleh y sus cohortes asesinas son derrotados el régimen que lo sustituya podría así mismo ser igualmente muy represivo – apoyado por los saudíes y los estadounidenses en nombre de la lucha contra Al Qaeda. En realidad, estos dos estados están asustados ante una revolución democrática popular en Yemen, una revolución, que teniendo en cuenta el pasado nacionalista de izquierdas del país, podría golpear a la monarquía Saudí y a los petro-emiratos del Consejo de Cooperación del Golfo.

A mediados de septiembre la lucha y la represión crecían de nuevo con más de 50 manifestantes muertos en Saná en solo dos días. Las cosas están acercándose a un punto crítico. En esta coyuntura no puede descartarse una intervención saudita con apoyo estadounidense bajo el pretexto del peligro de una toma de poder por parte de Al Qaeda o para prevenir una situación como la de Somalia. El movimiento obrero internacional y el movimiento anti-guerra que hizo poco ruido ante la toma saudí de Bahréin en nombre de su monarquía y contra su pueblo debe, esta vez, ser fuerte en sus protestas y eficaz en sus acciones.

¿Hacia dónde va la Revolución Árabe? Entre el capitalismo liberal y la transformación socialista

Las Revoluciones Árabes de 2011 no han terminado, como los sucesos en Libia, Siria y Yemen testifican ampliamente. En estos países, así como en aquellos en que las rebeliones han sido aplastadas o contenidas -Bahréin, Argelia, Marruecos- o en aquellos donde han dado como resultado la eliminación de los dictadores y la obtención de libertades democráticas pero en los que el poder del estado permanece lejos del alcance de las masas -Egipto y Túnez-, la revolución está lejos de haberse completado.

La fase de una relativamente rápida caída de los regímenes y de victorias “pacíficas”, aclamadas por algunos comentaristas libertarios y pacifistas como un nuevo modelo de revolución del siglo XXI, ha dado paso a un patrón muy antiguo de lucha amarga y, a menudo, violenta. De hecho, una lucha a muerte contra los regímenes tiránicos está ahora en marcha; en última instancia estos pueden ser totalmente eliminados sólo por la acción de las masas de obreros y la insurrección armada.

En estos tiempos tumultuosos debemos recordar los postulados básicos de dos ideas centrales del Marxismo. En primer lugar, la estrategia de la revolución permanente, que simplemente dice que sólo la clase obrera puede llevar a cabo las aspiraciones democráticas y sociales del pueblo, y que debe formar gobiernos de trabajadores en transición hacia un orden socialista. En segundo lugar, el papel central de la organización política y la idea que conlleva de que todas estas luchas revolucionarias sólo pueden ser resueltas en el terreno de la política, dependiendo de quién, y de qué clase, toma el control de estos estados. Estas ideas serán demostradas en los meses y años venideros, ya sea positiva o negativamente –esto último en caso de que las masas sufran una amarga derrota y pierdan la oportunidad de transformar una etapa entera del desarrollo humano.

La oportunidad que se presenta es enorme. La juventud revolucionaria y la clase obrera pueden, conscientemente, tomar la iniciativa, aprovechando la oportunidad de organizarse, en estados como Egipto o en agudo conflicto con las fuerzas de represión en Siria, para construir partidos revolucionarios y consejos obreros democráticos. No tendrán éxito espontáneamente, ni solo por medios pacíficos, ni aún menos si ponen sus esperanzas en la intervención occidental.

Las lecciones hasta ahora aprendidas pueden enumerarse de manera sencilla:

1 La juventud revolucionaria, tanto desde la intelectualidad en paro como desde la clase obrera y los pobres, jugó un papel vital en encabezar, difundir y mantener la revuelta. Su creatividad en el uso de todos los medios de comunicación, nuevos y antiguos, para crear redes masivas ad hoc para la lucha, es una lección no sólo para los países árabes sino para las clases desfavorecidas del mundo.

2 Esto puede ser imitado, no sólo por los jóvenes, sino por los trabajadores rodeados por los liderazgos burocráticos en los sindicatos o en los partidos burgueses que se apoderan de la vida política. La agitación y la movilización masiva son posibles si se da una poderosa y audaz iniciativa e improvisación. Nuestra deuda con la juventud de Túnez, Egipto y el resto es incalculable y sólo puede ser compensada imitándoles.

3 Sin embargo, los eventos en Túnez y Egipto demuestran que la revuelta de los jóvenes puede convertirse en una revolución (un derrocamiento de gobiernos y regímenes) solo si la clase trabajadora, los pobres y los campesinos, participan masivamente por acción directa, es decir, por oleadas de huelgas, huelgas generales, ocupaciones de los lugares de trabajo, repetidas manifestaciones masivas. Sólo cuando las masas obreras se vuelven ingobernables se debilita la clase dirigente y las fuerzas armadas flaquean y se dividen, con una parte de las mismas pasándose al lado del pueblo.

4 Una vez que surge una situación revolucionaria completa o una revolución democrática en masa, las redes “espontáneas” o frentes unidos de movimientos juveniles y sindicatos son insuficientes para dirigir la revolución hacia la radical y completa consecución de sus demandas. Los regímenes retrasarán los cambios o de repente convocarán elecciones o plebiscitos para aislar a la vanguardia de las masas. Recurrirán a figuras o partidos liberales para hacer esto entre los intelectuales y las clases medias; y a los islamistas para lo mismo entre los trabajadores y los campesinos.

5 Los sindicatos pueden desempeñar un papel vital en animar a los trabajadores a la auto-organización, pero por sí solos no pueden luchar contra las fuerzas del Islam político. Igualmente, a pesar de su vital importancia, las luchas económicas por sí mismas no permitirán a los trabajadores afirmar su liderazgo sobre las más amplias masas de los pobres y los explotados políticamente. El único movimiento que contrarresta las acciones del régimen consiste en organizar a las masas de obreros, jóvenes y pobres a través de masivas asambleas en los lugares de trabajo y las comunidades, para elegir a los consejos de delegados comparables a los Soviets (consejos) de 1917. Sólo los consejos pueden organizar a millones de personas y triunfar sobre las mezquitas de los islamistas y las organizaciones caritativas.

6 Dentro de cualquier movimiento masivo de consejos, la cuestión del liderazgo político se plantea de manera inmediata. Los intelectuales revolucionarios y los activistas obreros militantes deben unirse en un partido revolucionario, cuyo objetivo sea el poder obrero en un país, en una región, y en un mundo socialistas. Ese partido debe ser un partido de cuadros disciplinados, luchando por el liderazgo en cada organización de masas. Debe popularizar su programa en lemas y consignas que las masas puedan captar y comprender en base a sus propias necesidades y experiencias.

7 Un partido de este tipo no debe confundirse con pequeñas corrientes ideológicas socialistas. Debe ser un partido de masas de los trabajadores y la juventud, reuniendo a los mejores luchadores. Para llegar a esto sin duda será necesario pasar por una etapa intermedia, tal como un amplio partido formado por los sindicatos militantes o una unificación de los partidos socialistas actuales. Con o sin esa etapa, la meta a la que deben dirigirse todos los esfuerzos es crear un partido que puede convertir la revolución democrática en una revolución socialista. En definitiva, debe ser un partido modelado a imagen de los Bolchevique Rusos, hasta hoy el único partido que ha llevado a una toma democrática del poder por la clase obrera.

8 Donde la clase obrera es débil, o compuesta en gran parte por inmigrantes, las clases dominantes pueden utilizar los ingresos del petróleo, las diferencias tribales, religiosas o comunales, para movilizar una fuerza armada suficiente para librar una sangrienta guerra civil contra el pueblo, como en Libia, Siria y Yemen. El apoyo internacional de los revolucionarios de los países donde se han ganado victorias, a los de los países todavía bajo fuerte represión, no es simplemente una obligación moral sino vital para la supervivencia de la revolución.

Resolución de Workers Power (Poder Obrero UK) y de la Liga por la Quinta Internacional, 04 de octubre de 2011

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