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De la Resistencia a la Revolución – Manifiesto por una Quinta Internacional

Liga por la Quinta Internacional

En su reciente Congreso la Liga para la Quinta Internacional aprobó un nuevo manifiesto programático. Sus políticas y consignas pretenden guiar a los socialistas revolucionarios en las luchas por venir, y a servir como una propuesta de manifiesto para una nueva Quinta Internacional.

Prefacio

Este manifiesto programático fue emitido por el Octavo Congreso de la Liga por la Quinta Internacional, una organización Leninista–Trotskista fundada en 1989 con el objetivo de luchar por la formación de un nuevo partido mundial por la revolución social. El objetivo del documento es proponer un programa de acción a las organizaciones de la clase trabajadora, a los campesinos, a los jóvenes y a los pueblos oprimidos del mundo. Tras la gran Crisis de 2008, la clase dirigente ha lanzado una ofensiva para que los trabajadores y los pobres paguen el precio por el fracaso del sistema capitalista. Los líderes oficiales del laborismo están demasiado vinculados al sistema como para liderar una resistencia efectiva. Por lo que este programa de acción tiene tres objetivos interrelacionados: fortalecimiento de la resistencia de masas a la ofensiva mundial de la clase capitalista; confrontar y superar el mal liderazgo del movimiento social –demócratas, populistas, ‘Partidos Comunistas’ oficiales y los burócratas de los sindicatos; y unificar las luchas en un reto revolucionario a la autoridad capitalista. Como tendencia centralista democrática internacional, la Liga ha redactado, modificado y adoptado este manifiesto tras un proceso democrático que incluyó la discusión y enmienda de borradores en conferencias nacionales de cada una de sus ocho secciones en Austria, Gran Bretaña, República Checa, Alemania, Pakistán, Suecia, Sri Lanka y Estados Unidos. El proyecto fue debatido, completado y aprobado en un Congreso Internacional integrado por delegados elegidos en cada sección en Estambul en 2010.

Como es natural, el nuevo manifiesto se centra en la situación contemporánea. Para una comprensión más completa de la visión global de la Liga, debería leerse junto a dos documentos programáticos anteriores: De la Protesta al Poder (2003), presenta un programa más completo y más general para la lucha de clases de la clase obrera y sus aliados, y estaba orientado al período de movilizaciones de masas anticapitalistas y antibelicistas de la primera parte de la última década. Más amplio es El manifiesto trotskista (1989), el programa fundacional de la Liga que, tras la degeneración de la Cuarta Internacional, trata de restablecer el Leninismo-Trotskismo como una tendencia coherente en el movimiento de la clase obrera a través de una re-elaboración crítica de sus principios básicos, tácticas y demandas.

La crisis actual del capitalismo revela que, en palabras de León Trotsky en su Programa de Transición de 1938, el futuro de la humanidad una vez más se reduce a la crisis de liderazgo de la clase trabajadora. Resolver esa crisis es la tarea básica de la vanguardia del movimiento de clase obrera en cada país. Ofrecemos este programa como una contribución a esa lucha, y damos la bienvenida a comentarios críticos de partidos, grupos y militantes de todo el movimiento internacional.

Dave Stockton

Londres, 2010

DE LA RESISTENCIA A LA REVOLUCIÓN – Manifiesto por una Quinta Internacional

La Gran Crisis y la Resistencia Global

Dos décadas de globalización dominada por EE.UU. trajeron al mundo la crisis económica más profunda y más destructiva desde la Segunda Guerra Mundial. Toda nación fue alcanzada. Primero el sistema de crédito fue paralizado. A continuación, la producción y el comercio mundial se desplomaron. Asustados por la perspectiva de la debacle económica completa, los líderes de las naciones más poderosas acordaron enormes rescates de estado de los bancos en quiebra que eran considerados demasiado grandes para caer y se lanzaron paquetes de estímulo masivo para evitar el colapso de las industrias clave. De George W. Bush a Barack Obama, de Angela Merkel a Nicolas Sarkozy, de Hu Jintao a Vladimir Putin, de los acólitos de Milton Friedman a los apóstoles de John Maynard Keynes, la respuesta fue la misma: gastar miles de millones, billones, para rescatar el sistema… y recuperar las pérdidas más tarde.

Deudas estatales alcanzado niveles sin precedentes: los déficits de Estados Unidos y el Reino Unido llegaron al 13,9 y 11,6 por ciento del PIB respectivamente. En la Eurozona, los préstamos superaron dos o tres veces el supuesto límite sobre el déficit presupuestario del 3% del PIB. En los mercados de bonos, los multimillonarios que prestan dinero a los estados mostraban músculo, exigiendo pruebas de que los gobiernos harían cumplir las políticas que garantizarían el reembolso con pingües beneficios. Esta “crisis de la deuda soberana” ha cristalizado en una serie de programas de gran austeridad, mientras la clase gobernante intenta hacer que la clase trabajadora pague por la crisis a través de reducción de puestos de trabajo del sector público, aumentos en los impuestos, congelaciones de salarios y pensiones y recortes salvajes en las dotaciones para la asistencia social y el Bienestar.

Mientras que Occidente y Japón se hunden en el estancamiento, las economías de bajos salarios técnicamente menos avanzadas de India y China están creciendo masivamente. Lejos de estabilizar el sistema, están ampliando las contradicciones del capitalismo a escala mundial.

En el plano geoestratégico, estas naciones emergen como poderosos rivales potenciales para los estados imperialistas dominantes. Económicamente, China posee miles de millones en bonos de Estados Unidos, mientras que Estados Unidos exige que sus acreedores chinos eleven el valor del Yuan para ayudar a impulsar la exportación estadounidense, reforzando la amenaza de una guerra mundial de divisas.

Sobre todo, la gran escala de desarrollo capitalista en Oriente está creando millones de nuevos trabajadores industriales, añadiendo una nueva dinámica a la lucha de clases internacional. El proletariado asiático desempeñará un papel decisivo en la revolución mundial del siglo XXI.

El “credit crunch”, la recesión y la bomba de tiempo de la deuda de Suiza abrió una nueva crisis histórica para el sistema capitalista en su conjunto, un período en el que las intensas luchas entre las clases darán lugar a crisis revolucionarias, contrarrevoluciones, inestabilidad y conflictos entre potencias rivales. Esto no es sólo una recesión típica del ciclo industrial, uno de los ‘normales’ altibajos del sistema. Sus raíces se encuentran en la tendencia del sistema a la sobreacumulación de capital. Décadas de disminución en las tasas de beneficio reducen las oportunidades de inversión rentable en producción en los propios países imperialistas. En su lugar, las grandes corporaciones e instituciones financieras se inclinaron hacia inversiones especulativas en los mercados de divisas, bolsas de valores y en el comercio de derivados donde se ‘pudieron’ hacer millones con un clic de botón de ratón. En términos más generales, en los años de la globalización de 1992 a 2006, la clase dirigente trató de resolver el problema con crédito barato y la creación de una gran burbuja de capital ficticio en la forma de deuda de consumo y vivienda y toda clase de valores enrarecidos y derivados. No funcionó. De hecho la única ‘solución duradera’ para los capitalistas es destruir el ‘exceso’ de capital – y este es el significado interno de la crisis financiera y la austeridad que la ha seguido. En el período que se avecina, la curva general de desarrollo humano será a la baja, igualmente si los capitalistas infligen una derrota enorme a la clase trabajadora del mundo, desperdiciando su capacidad productiva y sumiendo a millones en la pobreza, como si el capitalismo mismo es derrocado. Cuando a esto le sumamos el peligro creciente de guerras entre las grandes potencias para el nuevo reparto del mundo y el mayor riesgo de desastres climáticos a gran escala, no es exagerado decir que, a menos que el capitalismo sea derrocado, eventualmente la civilización se sumirá en la barbarie.

Los enormes rescates de bancos no han resuelto las causas de raíz de la crisis; más bien han asegurado incluso más burbujas y posteriores ‘crashes’. La continua debilidad del sistema de crédito y la enorme deuda de estado implican que la próxima recuperación será poco profunda e inestable, y que la austeridad frenará la actividad económica. Continúan las quiebras, los cierres de fábricas y el desempleo masivo, exhibiendo una profunda tendencia al estancamiento y total decaimiento de las fuerzas productivas en los países imperialistas. En los años y décadas por venir las crisis económicas son una certeza, las recesiones serán agudas y profundas y se descarta un largo periodo de prosperidad que abarque varios ciclos. Puesto que las grandes potencias y sus empresas se ven obligadas a luchar cada vez más agresivamente unas contra otras por un botín menguante, ya podemos verles maniobrar para repartir los mercados mundiales, las materias primas y la mano de obra, alimentando, una vez más, el fantasma de nuevas guerras entre potencias comerciales rivales.

Esta apertura de una nueva crisis histórica del sistema capitalista llega en un momento cuando los efectos de la ciega explotación del medio ambiente natural de la humanidad han alcanzado un punto crítico. Si no se adoptan medidas decisivas por todas las economías industrialmente desarrolladas y en vías de desarrollo, los sucesos climáticos extremos: sequías prolongadas, inundaciones desastrosas, fusión de los casquetes polares, expansión de los desiertos… provocarán que grandes áreas del planeta se conviertan en inhabitables y estériles, desencadenando hambrunas y epidemias. El hecho de que la producción con fines de lucro está ahora en conflicto directo con la Naturaleza es una poderosa prueba de que el capitalismo es un sistema en descomposición y destructivo que debe ser superado para asegurar un futuro para la humanidad. El conflicto entre las potencias imperialistas por los recursos y mercados significa que la idea de una solución capitalista “verde” para la amenaza de catástrofe climática es una utopía. Para salvar el planeta debemos abolir el capitalismo.

Mientras la economía se tambalea por la recesión, los banqueros y los líderes del mundo forman sus corrillos en una serie de conferencias. Están de acuerdo en una cosa: que la primera prioridad para cada estado es pagar a sus acreedores multimillonarios. Todos están de acuerdo, también, sobre quién debe pagar: los obreros y campesinos del mundo. Exigen que los trabajadores impulsen los beneficios aceptando recortes en los puestos de trabajo, salarios y pensiones, trabajando más horas, jubilándose más tarde, pagando más impuestos y precios más altos por los productos básicos, sus servicios reducidos al mínimo y despojados de sus prestaciones.

Para desviar la ira de quienes sufren el desempleo masivo y el desplome del nivel de vida, los gobiernos y medios de comunicación utilizan como chivos expiatorios a inmigrantes, solicitantes de asilo, víctimas de la guerra que se han visto obligadas a huir a países devastados. Los Estados Unidos y la Unión Europea convierten sus fronteras en barreras fortificadas y deportan a aquellos que logran llegar a aquello que confiaban fuera su seguridad. En Italia y Francia, los campamentos de gitanos son arrasados y sus habitantes deportados. Como Trotsky escribió hace 70 años, “los gobiernos de todo el mundo han escrito el capítulo más negro de nuestra época gracias al tratamiento dado a los refugiados, los exiliados, las personas sin hogar.”

Por otro lado, vemos una formidable resistencia de la clase trabajadora frente a la ofensiva capitalista. Por todo el mundo los trabajadores siguen luchando. Huelgas generales en Sudáfrica, Grecia, Francia y Guadalupe, activismo de las masas de trabajadores en España y Portugal, ocupaciones de fábricas en Corea del Sur, Estados Unidos y Gran Bretaña; y una ola de huelgas por mayores salarios en China. La resistencia en cada uno de estos países aparece separada, pero debe ser vista como una serie de combates relacionados en lo que es nada menos que una guerra mundial de la clase empleadora contra los trabajadores. La clave para repeler la ofensiva de los jefes es un frente unido de la clase trabajadora, que abarque todas las organizaciones de trabajadores, en cada país y a través de las fronteras.

La lucha no se limita a la resistencia de los trabajadores en el lugar de trabajo. En todo el mundo semi–colonial -los países que han obtenido la independencia formal pero están atados por mil cadenas de explotación a potencias imperialistas de América del Norte, Europa Occidental y del Lejano Oriente-, han surgido movimientos de masa contra restricciones dictatoriales a los derechos democráticos del pueblo. En las calles de Tailandia, Nepal e Irán, este movimiento de masas democrático ha sido impulsado hasta el punto de poner en marcha levantamientos populares contra las dictaduras militar, monárquica y religiosa respectivamente. En Honduras, las masas han plantado valiente resistencia contra el golpe de estado apoyado por Estados Unidos. En Afganistán e Irak se mantiene una decidida resistencia contra las ocupaciones lideradas por Estados Unidos, obligando a los invasores a prometer su retirada. El brutal aliado israelí de Estados Unidos también afronta una persistente resistencia en el Líbano y la Palestina ocupada.

En cada campo de batalla, los trabajadores y los pobres han visto demasiado a menudo victorias a nuestro alcance que fueron arrebatadas, no por la fuerza de nuestros enemigos, sino por la debilidad e incluso la traición, de nuestros propios líderes. Los dirigentes sindicales ‘moderados’ en Europa y los Estados Unidos aceptan recortes en el empleo y comercian con las condiciones laborales a cambio de las promesas vacías de los empleadores o sacrifican los intereses de la mayoría de la clase trabajadora para preservar los puestos de trabajo de una pequeña elite de trabajadores cualificados. Los socialdemócratas aceptan la lógica del Mercado y gobiernan en nombre de los grandes capitalistas, abusando de la confianza depositada en ellos por sus partidarios de la clase trabajadora y hacen cumplir políticas neoliberales como la privatización y moderación de salarios. Partidos comunistas oficiales apuntalan los gobiernos capitalistas liberales y social-democráticos como en Italia o llevan a cabo programas neoliberales propios como en Bengala Occidental (India), mientras que sus post-marxistas de salón producen mecánicamente volumen tras volumen para justificar la “nueva política” de la vieja colaboración entre clases. Generales populistas y “hombres fuertes” defienden a ‘las masas’ mientras se oponen a las demandas justificadas de los trabajadores con la excusa de ‘unir al pueblo’. En la lucha para resistir la ocupación imperialista, las clases medias nacionalistas y las guerrillas islamistas renuncian a movilizar las masas de la ciudad y el campo para la lucha de clases contra la ocupación, por temor de que las masas pudieran desafiar a los terratenientes o al capital mismo.

En ninguna parte puede verse más claramente esta crisis de liderazgo de la clase obrera que en el terreno internacional. La clase dirigente coordina su ofensiva a nivel mundial, mientras que cada uno de nuestros movimientos de resistencia trabaja bajo aislamiento nacional. Tienen sus G8 y G20, su FMI y Banco Mundial, su Unión Europea y su Banco Central. Pero los trabajadores no tienen ninguna organización internacional para reunir nuestras luchas, para elaborar una estrategia común y liderar un contraataque. Todo lo que tenemos son los abatidos restos de las organizaciones que nuestros abuelos construyeron; federaciones internacionales de los sindicatos bajo el estricto control de burócratas experimentados que se oponen a la lucha y la Segunda Internacional autodenominada “Socialista” de partidos pro-capitalistas como el Partido Laborista Británico, los socialdemócratas alemanes o los socialistas franceses. Sus líderes no ven ninguna alternativa al sistema económico que causó la crisis y se dan prisa para rescatarlo a nuestra costa.

Aún así, la fuerza que puede detener esta ofensiva capitalista está en la línea de salida, la clase trabajadora en todo el mundo es más grande que nunca. El nuevo milenio ve a los trabajadores constituir la mayoría de la humanidad por primera vez en la historia. Frente a los pocos cientos de multimillonarios y sus admiradores, hay miles de millones de trabajadores que producen y hacen circular sus beneficios. Nuestro proceso de trabajo está más integrado internacionalmente, nuestra interacción y la capacidad de comunicarnos unos con otros es mayor que nunca. Cuando actuamos juntos los mecanismos de explotación se estremecen. La clase trabajadora lo produce todo y puede producir sin los explotadores, una vez que somos conscientes de nuestro poder y de nuestros intereses.

Todas las estructuras modernas de producción a gran escala, distribución, comercio y comunicación se basan en nuestro trabajo, a pesar de ello no poseemos el capital que las pone en marcha. De las fuerzas de producción poseemos solo nuestra capacidad para trabajar, la cual tenemos que vender cada día a cambio de un salario. Detrás de la fachada de este contrato aparentemente libre e igual se oculta la explotación sistemática. Nuestros salarios reflejan sólo una fracción del valor total del producto social que creamos. Los capitalistas toman el resto en sus beneficios.

La clase trabajadora sólo puede recuperar esta riqueza colectivamente, rompiendo el poder estatal de los capitalistas y creando un poder del estado bajo nuestro control democrático. Un Estado de los Trabajadores podría aprovechar la propiedad de los grandes capitalistas, bancos y corporaciones y crear una economía planificada en lugar de la locura y la crisis del mercado.

Esta estrategia se basa no en alianzas con capitalistas, en maniobras parlamentarias o en generales populistas, sino en la auto-actividad y la auto-organización de la clase obrera: ésta es la estrategia de la revolución socialista, la única forma de derrocar a este sistema de crisis, pobreza y guerra.

Hoy, en las batallas en que nos enfrentamos a la austeridad, la clase obrera está mostrando su poder potencial. Estas luchas inmediatas necesitan ser coordinadas para repeler la ofensiva de los jefes y para ser dirigidas contra el propio sistema: en resumen, las luchas de hoy necesitan convertirse en el punto de partida de una lucha por la revolución y por el imperio de la clase obrera.

Los capitalistas reconocen nuestro poder potencial si nos unimos como una clase, por lo tanto extienden todos los medios de engaño para dividirnos: control oficial de la educación, control del estado y los millonarios sobre los medios de comunicación, prejuicios de tipo religioso, racial y nacional, y mezquinos controles sobre la vida cotidiana. Para enfrentar a los trabajadores de una nación contra los de otra, para enfrentar a los hombres contra las mujeres, para enfrentar al blanco contra el negro, cristianos contra musulmanes, viejos contra jóvenes… ésta es el arma más fuerte de los capitalistas. Esto es por lo que, como respuesta, cada generación de anticapitalistas ha asumido la gran consigna de Karl Marx: “¡Trabajadores de todos los países, uníos!”

Hoy, frente a una crisis histórica del sistema de ganancias, tenemos que hacernos la pregunta: ¿cómo podemos unir a los trabajadores del mundo? Para responder a esto, los anticapitalistas necesitan aprender las lecciones de dos siglos de lucha de clases. El mayor logro de los trabajadores fue la formación de las cuatro Internacionales de la clase trabajadora, cada una de las cuales comenzó como un partido mundial por la revolución socialista. Ellos pelearon para organizar la lucha de clases de los trabajadores y los pobres del mundo

Cada una de estas Internacionales representó un enorme progreso para la clase trabajadora, pero cada una de ellas, a su vez, desapareció, se pasó al enemigo o abandonó el camino de la revolución social. Hoy día, la tarea es construir una Quinta Internacional. Todo el mundo, las organizaciones de lucha de los trabajadores, los partidos, los sindicatos, las cooperativas, los campesinos, los pobres urbanos, las mujeres, los jóvenes, las nacionalidades y minorías oprimidas, necesitan reunirse, convocar un congreso, debatir sobre política bajo las más estrictas condiciones democráticas, adoptar un programa de lucha contra la ofensiva capitalista y fundar un partido mundial para liderar la lucha por el poder.

Su objetivo inmediato debe ser promover el desarrollo de fuerzas que puedan hacer que la resistencia de las masas sea más y más eficaz, y transformarla en una revolución mundial. El programa de una Quinta Internacional debe orientarse no sólo a coordinar nuestras organizaciones existentes, sindicatos, ligas de campesinos y trabajadores rurales sin tierra, movimientos populares de barrios marginales, de mujeres y organizaciones juveniles… sino a transformarlas en las armas de esta revolución. Sus partidarios deben luchar obstinadamente dentro de las organizaciones de masas y, al mismo tiempo, no deben retroceder ante una ruptura con el aparato burocrático, donde o cuando éste se convierta en un obstáculo insuperable para el avance de los trabajadores. Su objetivo debe ser organizar lo desorganizado, a los trabajadores no calificados, los trabajadores rurales, los jóvenes y los desempleados. La nueva Internacional debe aspirar a unificar en sus secciones nacionales a todas esas fuerzas políticas, tanto de partidos existentes como de nuevos sectores que reconocen la necesidad de una revolución.

Para tener éxito, esta Quinta Internacional debe tener bases sólidas. Su fuerza será un entendimiento común del mundo capitalista, de los objetivos históricos de las masas trabajadoras, de la táctica y la estrategia necesaria en la lucha para derrocar al capitalismo y a los estados que lo defienden. Deberá incorporar todo esto en su programa, porque tendrá que ganar. La crisis histórica del capitalismo, que amenaza a la humanidad con catástrofes económicas y ambientales, plantea una vez más la cruda alternativa de Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie. Desafía a los comunistas revolucionarios a responder a la tarea de construir el socialismo del siglo XXI, a convertirse, una vez más, en la fuerza líder del movimiento mundial de los oprimidos. La única alternativa al capitalismo en crisis es el socialismo, el único camino al socialismo es la revolución, el instrumento indispensable de la revolución mundial es un partido mundial de la revolución social. El momento para construir una Quinta Internacional es ahora.

Un programa de acción que conecte la resistencia con la lucha por la revolución social

Durante demasiado tiempo, los programas de los partidos de la clase trabajadora del mundo se han dividido entre un programa mínimo de reformas graduales, cada una de las cuales puede ser recortada por los capitalistas si mantienen el poder del Estado, y, si acaso, un programa de máximos que establece la meta del socialismo, pero que lo desconecta de las exigencias actuales y lo presenta como una utopía lejana, en lugar de vincularlo con la lucha real como tiene lugar entre nosotros.

El programa de una nueva internacional debe romper con este modelo fallido. Debe avanzar en una serie de demandas de transición integradas, conectando los lemas y formas de lucha necesarias para repeler la ofensiva capitalista con los métodos que necesitaremos para derrocar al estado burgués, establecer el poder de la clase obrera y comenzar un plan Socialista de producción.

Este programa transitorio se ocupa de todas las demandas sociales, económicas y políticas vitales de hoy en día, incluyendo esas demandas inmediatas y democráticas que pueden concederse antes de derrocar la propiedad capitalista, como un salario mínimo de vida garantizado, una verdadera igualdad de remuneración para hombres y mujeres, y altos impuestos para los ricos y las grandes corporaciones. Al mismo tiempo, advierte que el capitalismo en su crisis histórica concederá tales reformas sólo cuando se enfrente a una amenaza a su propio poder y propiedad. Incluso entonces, los capitalistas intentarán revertir sus concesiones tan pronto como el peligro inmediato haya pasado o la presión de la lucha de clases se relaje. Hoy, la idea de que podemos alcanzar el socialismo a lo largo de un camino lento y pacífico de reformas sociales y negociaciones sindicales es utópica aún más que en el pasado. Un programa para el socialismo debe desafiar “derechos” fundamentales de los capitalistas: el derecho a explotar, el derecho a poner los beneficios por encima de las personas, el derecho a enriquecerse a costa de los pobres, el derecho a destruir el medio ambiente y negar a nuestros hijos un futuro.

Ganar las batallas de hoy significa luchar con nuestros ojos puestos en el futuro. Una Quinta Internacional, por lo tanto, necesitará plantear demandas y proponer formas de organización que no sólo respondan a las necesidades vitales de hoy sino también organizar a los trabajadores para que puedan tomar y ejercer el poder. La combinación de estos elementos no es ningún ejercicio artificial, están atados por las condiciones reales de la lucha de clases en este período de decadencia capitalista.

Para abrir el camino a la sociedad futura, nuestro programa exige la imposición de control obrero de la producción y su extensión a esferas cada vez más amplias, desde las fábricas, oficinas, sistemas de transporte y distribución al pormenor hasta los bancos e instituciones financieras. Esto significa la abolición del secreto comercial, el veto de los trabajadores sobre el derecho de los jefes a despedir empleados, la inspección y control de los trabajadores sobre la producción, aumento automático de los salarios por cada aumento de precios para combatir la inflación y la nacionalización sin indemnización (expropiación) de capitalistas cuyas acciones de sabotaje pudieran causar interrupción o trastornos en la producción.

Por otra parte, la lucha para ganar estas exigencias, para imponerlas sobre los jefes, requiere nuevas formas de organización que van más allá de los límites tradicionales del sindicalismo. En cada nivel de lucha, la toma de decisiones por asambleas democráticas constituidas por todos los involucrados, debe convertirse en norma. Subordinados a esas asambleas, los delegados, elegidos y revocables, deberían encargarse de la aplicación de esas decisiones y del liderazgo de la lucha. Desde los comités de huelga elegidos por toda la fuerza trabajadora, hasta los comités de vigilancia de precios que incluyen a las parejas de los trabajadores, desde los equipos de inspección de los trabajadores, que investigan las cuentas de las empresas, a los piquetes de defensa de los huelguistas, todas estas organizaciones son necesarias no sólo para ganar las batallas de hoy sino para formar la base de las organizaciones de lucha de mañana en la batalla por el poder del estado y, a continuación, los futuros órganos del estado de los trabajadores.

Los trabajadores que participan hoy en la lucha contra la austeridad pueden plantear estas demandas individualmente y de manera separada contra ataques específicos, pero la meta socialista del programa sólo se logrará cuando las demandas sean recogidas y peleadas como un sistema interrelacionado de demandas para la transformación de la sociedad. El programa transicional completo es una estrategia para el poder de la clase trabajadora. Por esta razón, nuestras demandas no son pasivos llamamientos a los gobiernos o a los empleadores, sino consignas de convergencia para que la clase trabajadora derroque y expropie a los capitalistas.

No pagaremos su crisis – Contra el desempleo, la inseguridad y la pobreza

Desde la Gran Crisis de 2008, decenas de millones de puestos de trabajo se han perdido. Incluso en el país más rico del mundo, los Estados Unidos, 50 millones de personas tenían en 2008 dificultades para alimentarse a sí mismos y a sus hijos. Solamente el hecho de que el sistema elimine millones de puestos de trabajo cuando hay tanto trabajo por hacer eliminando la pobreza, debería condenar al capitalismo a la papelera de la historia. Y los ataques continúan. Por todo el mundo, el capital somete a los trabajadores al arma de doble filo de la inflación y la deflación, productos inevitables de su ciego sistema de lucro, tanto para recortar los salarios reales, como para eliminar incluso más puestos de trabajo. Ya, tres mil millones de personas, casi la mitad la población mundial, viven con menos de dos dólares al día. Más de mil millones viven en la pobreza absoluta. Alrededor de 2.600 millones carecen de saneamiento básico y 1.600 millones viven sin electricidad. Cada día, 25.000 niños mueren a causa de la pobreza. A casi mil millones nunca se les enseñó a leer o escribir. No podemos permitir a los capitalistas que hagan esto todavía peor.

Frente a la ofensiva global de los jefes, tenemos que luchar por un frente unido de trabajadores y la acción común de todas las fuerzas de la clase trabajadora:

• Contra todos los cierres de puestos de trabajo y despidos, contra todos los recortes salariales.

• Por las huelgas y ocupaciones de todos los lugares de trabajo que se enfrentan con el cierre.

• Nacionalización sin indemnización de cada empresa que declare regulación de empleos, de cada empresa que se niegue a pagar los salarios mínimos, de cada empresa que no respete la legislación protectora o pagar impuestos. Toda la fuerza de trabajo existente debe continuar la producción bajo control y la gestión de los trabajadores.

• Nacionalizar los bancos sin compensación y combinarlos en un solo Banco Nacional bajo el control democrático del pueblo.

• Por un programa de obras públicas para mejorar los servicios sociales, salud, vivienda, transporte público y las condiciones ambientales bajo el control de los trabajadores y sus comunidades.

• Reducción de horas, no de los puestos de trabajo. Compartir el trabajo disponible entre todos los que son capaces de trabajar. Por una escala móvil de horas de trabajo para reducir la jornada laboral y absorber a los desempleados, sin reducción de salario o condiciones.

• Para un salario mínimo nacional con tasas determinadas por los comités de los trabajadores para garantizar una vida digna para todos.

• Contra la inseguridad en el empleo: no a todas las formas de contrato inseguro, informal, de trabajo temporal (precariedad). Todos los contratos deberían ser permanentes, con protección jurídica plena. Los salarios y las condiciones se regirán por convenios colectivos controlados por los sindicatos y los representantes del lugar de trabajo.

• Contra la inflación. Por una escala móvil de salarios que suba un 1% por cada 1% de aumento en el costo de vida. Delegados elegidos en los lugares de trabajo, barriadas y suburbios; organizaciones de trabajadores, mujeres, pequeños comerciantes y consumidores elaborarán el índice de costo de vida de trabajadores. Las pensiones deben ser alineadas a la inflación y ser garantizadas por el Estado, no dejadas a merced de los mercados de valores.

• Abrir los libros. Por todo el mundo, los gobiernos y los empleadores privados por igual están despidiendo trabajadores, alegando quiebras, necesidad de ahorro o necesidad de mejorar la productividad. Los trabajadores del sector público y privado deberían responder: “¡Abrid los libros! ¡Abrid todas las cuentas, las bases de datos financieras, bancarias, y la información sobre impuestos y administración a la inspección de los trabajadores!”

• Lucha contra la intensificación del trabajo. Abajo con la constante aceleración y planes de eficiencia de los jefes, que realmente no son nada más que los intentos de intensificar la explotación e impulsar los beneficios, poniendo en peligro nuestra seguridad, nuestra salud y nuestra vida.

• No a la subcontratación y la externalización sin consentimiento de los trabajadores; en lugar de crear conflictos entre los trabajadores de diferentes nacionalidades por el mismo trabajo, nivelar todos los sueldos y creación de equipos combinados internacionales de trabajadores de las mismas empresas y ramas de producción. Convenios colectivos y derechos legales que apliquen a los empleados de las empresas de subcontratación, como si fueran empleados del contratista principal.

• Por el derecho de veto de los trabajadores sobre las decisiones de gestión; no a la coproducción, «asociación social» u otras formas de colaboración en el que nuestros sindicatos administren los recortes de los jefes, sino una lucha por el control de los trabajadores sobre la producción

Impuestos a los ricos, no a los pobres

Mientras miles de millones viven en la pobreza, una pequeña minoría vive en un lujo inimaginable. En 2010, después de dos años de recesión global, el número de multimillonarios llegó a 1.011. Las decisiones de inversión de estos financieros e industriales pueden llevar a países enteros a caer sobre sus rodillas. Justo debajo de los milmillonarios, cientos de miles de multimillonarios ricos holgazanean a nuestra costa. Esta clase de parásitos denuncia ruidosamente cualquier intento de impuestos que hagan redistribuir su riqueza. Se llevan su dinero a ‘paraísos fiscales’ y manipulan su ciudadanía y su estado de residencia legal, para evitar pagar impuestos a todos. Al mismo tiempo, nunca paran de hacer campaña para que la clase trabajadora pague la mayor parte de la carga fiscal a través de los impuestos indirectos sobre los productos básicos, como combustible y alimentos, y a través de fuertes recortes en los impuestos sobre los negocios y la riqueza.

No son los trabajadores ni los pequeños comerciantes, sino los ricos capitalistas, industriales, banqueros y financistas quienes deben pagar.

• Incautar la riqueza privada de los multimillonarios y los súper-ricos.

• Por severísimos impuestos a los ricos para financiar servicios, escuelas, hospitales y un programa masivo para abolir la pobreza.

• Lucha contra los defraudadores de impuestos: abolir los paraísos fiscales, cerrar la industria de la evasión de impuestos.

• Abolición de todos los impuestos indirectos; cancelar todas las deudas personales y estatales.

• Nacionalización de los mercados de valores

• Tomar el control sobre las principales industrias de los capitalistas – por la expropiación de las empresas para pasar al control obrero.

Lucha contra la privatización – por una expansión masiva de los servicios públicos

En un contexto de desempleo y la caída de los salarios, una serie masiva de programas de austeridad tienen por objetivos reducir la carga de impuestos para los ricos y hacer que los trabajadores y los pobres paguen el coste de la crisis. Los sistemas de educación, el cuidado de la salud y el bienestar que los trabajadores ganaron como resultado de décadas de lucha están siendo atacados. Los millonarios que se benefician de nuestro trabajo tienen el valor para exigir que el Estado se limite a “¡alentar la auto-independencia y desalentar la cultura de la dependencia”! Al mismo tiempo, se les hace la boca agua al pensar en los beneficios que harán cuando la empresa privada llene el vacío dejado por los cortes en los servicios públicos.

• Ni un solo recorte en los servicios públicos, ni una sola privatización.

• Defender los mejores sistemas existentes de seguridad social y atención a la salud y extenderlos a los miles de millones no cubiertos en absoluto. Nacionalizar la escuela y la sanidad privadas; poner la educación y los hospitales bajo el control de los trabajadores y los usuarios. Las escuelas, hospitales, médicos, medicamentos y universidades deben ser gratuitos para todos.

• Ninguna reducción de las pensiones: aumentarles y extenderlas a todos los que no estén todavía cubiertos. Nacionalizar los planes de pensiones privados y combinarlos en un solo fondo garantizado por el Estado.

• No más privatizaciones. Nacionalizar los servicios básicos como el agua, la energía y el transporte. Cancelación de los acuerdos de asociación de los sectores público y privado, zonas económicas especiales e incentivos de los gobiernos a las empresas: por un desarrollo propiedad del estado, financiado por la confiscación de los beneficios de los corsarios.

• Los trabajadores y los pobres deben asociarse para elaborar un inventario de mejoras básicas en los servicios e infraestructuras, por un programa masivo de mejoras públicas.

• Por la nacionalización sin indemnización (expropiación).

Durante años, la idea misma de nacionalización parecía perdida en la bruma de la historia. Lejos de nacionalizar la propiedad privada, los gobiernos capitalistas del mundo fueron privatizando el sector público. Servicios y recursos cruciales como el agua, la salud y la educación, fueron entregados a los capitalistas privados para ser gestionados con ánimo de lucro, no para cubrir necesidades. Aún así, la nacionalización ha vuelto a la agenda. Por primera vez en años, un gobierno nacional, el de Venezuela, propuso no privatizar, sino nacionalizar las principales industrias y explotaciones agrícolas, tomándolas en posesión el Estado. A continuación, en 2008, vimos los gobiernos neoliberales, corriendo a nacionalizar los grandes bancos, hacerse cargo de sus deudas y pérdidas para salvar su sistema.

Los socialistas deben aprender a distinguir la nacionalización capitalista, que sirve para apuntalar el sistema, de la expropiación de la clase trabajadora, utilizada para privar a los jefes de sus bienes.

• Oposición a rescatar a los capitalistas a expensas de los trabajadores.

• Resistencia contra la socialización de las pérdidas y el rescate de los capitalistas en quiebra por los contribuyentes.

• Nacionalización de los bienes, no de las pérdidas.

• El estado, como nuevo propietario, decididamente deber renunciar a despedir a gran parte de la fuerza de trabajo sólo para devolver la empresa de nuevo a los capitalistas a un precio barato.

• Rechazo a las compensaciones a los capitalistas expropiados.

En lugar de una mezcla de propiedad estatal y privada en un sistema de mercado caótico tipo “perro come a perro”, queremos un plan democrático de la producción, en que todos los recursos del mundo, incluido el trabajo humano, se asignen de forma racional, conforme a la voluntad del pueblo. Solo entonces podremos realmente producir para las necesidades humanas, no para la codicia.

Hoy, la Venezuela de Hugo Chávez, intenta desarrollar su economía libre de la presión de los grandes gobiernos imperialistas y las multinacionales y a veces incluso nacionalizando ciertas empresas, generalmente bajo fuerte presión de los trabajadores. Los comunistas apoyan la nacionalización, sin dejar nunca de señalar las limitaciones de lo que están haciendo los gobiernos capitalistas, y siempre presionando hacia adelante exigiendo el respeto de los intereses de la clase trabajadora. Consideramos que no debe haber ninguna indemnización para los jefes y exigimos el control y la gestión de los trabajadores, no a través de ejércitos de managers o gerentes con sueldos enormes, sino con comités electos por las comunidades de mano de obra y la clase trabajadora.

Sobre todo, los comunistas vinculan la lucha por la expropiación de esta o aquella industria con la necesidad de expropiar a la clase capitalista como un todo. Porque, como León Trotsky explicó, la propiedad estatal dará resultados favorables “sólo si el propio poder del estado pasa completamente de las manos de los explotadores a manos de los explotados”.

Detener la catástrofe climática

El fracaso absoluto de la Cumbre de Copenhague de 2010 reveló que no se puede llegar a ningún consenso entre potencias capitalistas, que compiten entre sí, sobre cómo reducir las emisiones de carbono y evitar el catastrófico calentamiento global. Ni los principales contaminadores “desarrollados” como Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, ni los gigantes “en desarrollo” como China e India, estaban dispuestos a poner en peligro sus propias ganancias imponiendo recortes radicales a las emisiones, necesarios para frenar y detener el cambio climático.

Si la burguesía continúa así, inundaciones, sequías, hambrunas y pandemias cada vez peores serán inevitables. La rivalidad militar y económica impide que las grandes potencias capitalistas combinen sus fuerzas para resolver estas crisis. El horror de las inundaciones de Pakistán, el tsunami de Asia meridional y el terremoto de Haití se repetirá muchas veces más.

Y lo que es peor, los gobiernos y las empresas siguen aumentando sus emisiones de combustibles fósiles y frustran todos los planes y propuestas de los científicos para frenar o invertir la catástrofe.

La respuesta es un desplazamiento global de la producción basada en la quema de combustibles fósiles hacia el desarrollo de la energía sostenible. Porque los beneficios son obstáculos a los cambios necesarios en la producción, y porque el clima no respeta fronteras políticas y nacionales, sino que es por definición global, los medios necesarios para resolver la crisis sólo pueden imponerse por una clase mundial que no participe en el sistema de beneficios: la clase obrera.

• Por un plan de emergencia para transformar la energía y el sistema de transporte – un abandono global de la quema de combustibles fósiles.

• Hacer que las grandes corporaciones y los estados imperialistas como los Estados Unidos y la Unión Europea paguen por la destrucción del medio ambiente que han causado en el resto del mundo.

• Un plan para eliminar gradualmente la producción de energía basada en combustibles fósiles y la energía nuclear y por inversiones masivas en energía alternativa como la eólica, la ola-motriz, la mareomotriz y la energía solar.

• Por un enorme programa global de reforestación.

• Por una expansión masiva del transporte público para combatir la contaminación causada por el crecimiento del uso del coche privado.

• Abolir el secreto industrial en los sectores de tecnología y energías limpias, mancomunar los conocimientos para crear alternativas efectivas.

• Nacionalización, bajo control de los trabajadores, de todas las empresas de energía, empresas que monopolicen bienes básicos, como el agua, agroindustria y todas las líneas aéreas y empresas de transporte marítimo y ferroviario.

Transformar nuestras ciudades

Más de la mitad de la humanidad vive ahora en ciudades, pero la mayoría de ellas son en realidad poblados chabolistas y asentamientos precarios sin carreteras adecuadas, iluminación, agua potable limpia ni alcantarillado y eliminación de desechos. Las estructuras endebles son barridas por terremotos, huracanes, inundaciones y maremotos como hemos visto en Indonesia, Bangladesh, Nueva Orleans y Haití. Cientos de miles de personas mueren no por estas catástrofes naturales sino simplemente golpeadas por la pobreza de este medio ambiente humano. La avalancha de gente hacia las ciudades crece por el fracaso del capitalismo, el latifundismo y la agroindustria en proporcionar medios de vida en las zonas rurales.

Pocos habitantes de estos asentamientos tienen puestos de trabajo permanentes o seguros. Sus hijos no tienen guarderías, clínicas o escuelas. Bandas de delincuentes y la policía, ambas por igual, someten al pueblo a hostigamiento y extorsión. Las mujeres y los jóvenes son conducidos a la prostitución y obligados a trabajar en talleres de explotación. La esclavitud y la trata de seres humanos han reaparecido.

Debe ponerse fin a esta vasta acumulación de miseria humana.

Esto no puede hacerse con la mísera ayuda de los países ricos, de los Objetivos del Milenio, de las organizaciones no gubernamentales o de organizaciones benéficas a cargo de iglesias, mezquitas y templos. Tampoco pueden los planes de auto-ayuda o de microcrédito resolver problemas tan grandes. La población de los barrios, favelas y municipios puede, como ha demostrado, tomar su destino en sus propias manos: a través de una movilización masiva en Venezuela y Bolivia han forzado a importantes reformas. Ahora, por medio de una revolución social, en alianza con la clase obrera, deben aplastar el estado de los capitalistas y erigir en su lugar un estado basado en comités y consejos de los trabajadores y los pobres, como un instrumento para la transformación completa de nuestras ciudades.

• Por vivienda, luz, alcantarillado y recogida de basuras, clínicas de salud y escuelas, carreteras y transporte público para los habitantes de las vastas y rápidamente crecientes favelas que rodean las principales ciudades del “mundo en desarrollo” desde Manila y Karachi hasta Mumbai, Ciudad de México y Sao Paulo.

• Para un programa de obras públicas bajo el control de los trabajadores y los pobres.

• Grandes inversiones en servicios sociales y salud, vivienda, transporte público y un entorno limpio y sostenible.

• Apoyar las luchas de los pequeños agricultores, campesinos, trabajadores rurales y los campesinos sin tierra.

Casi la mitad de la humanidad todavía vive en aldeas, en plantaciones y en las comunidades rurales de los pueblos indígenas. La diferencia entre sus ingresos, su acceso a la salud, educación, comunicaciones etc. con respecto a las ciudades a menudo es enorme. Al mismo tiempo, el capitalismo concentra sin descanso la tenencia de la tierra en manos de una élite adinerada o de la agroindustria internacional. Desde China y Bengala a Sudamérica y África, los campesinos y las comunidades indígenas son expulsados de las mejores tierras y obligados a migrar a los barrios pobres de las ciudades.

La vida en las plantaciones que producen azúcar, café, té, algodón, fibras sisal, caucho, tabaco y plátanos reproduce muchas de las características de la esclavitud o de los trabajos forzados. Los trabajadores de las plantaciones a menudo son arrojados a un estado de servidumbre por deudas.

• Expropiar la tierra de los oligarcas y las agroindustrias multinacionales y colocarlas bajo el control de los trabajadores agrícolas y los campesinos pobres.

• La tierra para quien la trabaja.

• Supresión de rentas y cancelación de todas las deudas de los campesinos pobres.

• Crédito libre para adquirir maquinaria y abono; incentivos para alentar a la agricultura de subsistencia para agruparse voluntariamente en cooperativas de producción y comercialización.

• Acceso libre a las semillas, abolición de todas las patentes en la agricultura.

• Contra la pobreza en las zonas rurales: igualar los ingresos, el acceso a la salud, la educación y la cultura con las ciudades. Solo esto puede ralentizar y revertir la urbanización patológica del capitalismo y abrir el camino a la meta del Manifiesto Comunista: “la supresión gradual de la distinción entre la ciudad y el campo, por una más equitativa distribución de la población en el país”.

Por la liberación de la mujer

Las democracias capitalistas prometieron a las mujeres igualdad, pero la promesa ha sido incumplida. Los salarios son en promedio sólo el 70 por ciento del de los hombres y a menudo mucho menos. Las mujeres llevan todavía la doble carga del cuidado de los hijos, cuidado de los ancianos y la atención de los hogares, junto con sus puestos de trabajo. Violación, acoso sexual y violencia doméstica son moneda corriente. Los derechos reproductivos están restringidos y bajo ataque constante.

En el Hemisferio Sur las relaciones patriarcales en el campo y los prejuicios religiosos antiguos amplifican estas desigualdades. A las mujeres se les niega el derecho a controlar sus propios cuerpos, a decidir si desean tener hijos y, si es así, cuándo y cómo. La violencia doméstica, la violación familiar, incluso el asesinato (llamado asesinato de ‘honor’) queda a menudo impune. En todos los países, esta opresión tiene sus raíces en la estructura familiar de la sociedad de clases. Sin embargo, en las últimas décadas, millones de mujeres han sido llevadas a la producción en serie, especialmente en la industria manufacturera en las ciudades del Sur y Este de Asia y América Latina. Durante la crisis de las industrias textiles, electrónicas y de servicios, donde las mujeres representan hasta un 80 por ciento de la mano de obra, a menudo han sido las primeras en ser despedidas, y sus empleadores han dejado salarios sin pagar, han roto sus obligaciones jurídicas para dar aviso de los despidos y los gobiernos y tribunales han hecho la vista gorda. Más cruelmente explotadas son el enorme número de trabajadoras emigrantes cuyas familias morirán de hambre sin sus remesas.

Hoy, los gobiernos del mundo dominados por hombres muestran un interés lascivo en el control del derecho de la mujer para determinar su propia ropa. En Europa, los racistas exigen restricciones sobre los pañuelos en la cabeza y prohibiciones a las mujeres que visten velo islámico. En los países islámicos, como Arabia Saudita e Irán, la policía religiosa aplica obligatoria esta vestimenta Islámica.

• Contra todas las formas de discriminación legal contra las mujeres. Igualdad de derechos para las mujeres, derecho al voto, al trabajo, a la educación, a participar en todas las actividades públicas y sociales.

• Ayuda a las mujeres para escapar del sector comercial informal y familiar. Programas de obras públicas para proporcionar oportunidades de trabajo a tiempo completo con salarios decentes para las mujeres.

• Igual remuneración por igual trabajo.

• Todas las mujeres deben tener acceso libre a la anticoncepción y al aborto bajo petición, independientemente de su edad.

• Lucha contra la violencia sexual en todas sus formas. Aumento del número de casas de acogida públicas para mujeres. Autodefensa contra la violencia sexista, respaldada por el movimiento de los trabajadores y de las mujeres.

• No a las leyes que obligan a la mujer ya sea a llevar o a no llevar ropa religiosa. Las mujeres deben tener el derecho legal para vestir lo que quieran.

• Terminar con la doble carga de las mujeres a través de la socialización del trabajo doméstico. Por el cuidado gratuito de los hijos y un aumento masivo de restaurantes y lavanderías públicos, baratos y de calidad.

Nunca podremos alcanzar una sociedad en la que todos los seres humanos sean iguales si no mostramos nuestra determinación para superar la desigualdad sexual en nuestros propios movimientos de resistencia. Debemos apoyar el derecho de las mujeres dentro del movimiento obrero para organizarse de forma independiente para identificar y desafiar la discriminación, el derecho de las mujeres a la representación proporcional en las estructuras de liderazgo y el derecho a establecer secciones oficiales de mujeres en partidos y sindicatos.

• Por un movimiento internacional de clase de las mujeres trabajadoras, para movilizar a las mujeres en la lucha por sus derechos, para fortalecer las luchas de los trabajadores en todo el mundo, para vincular la lucha contra el capital a la lucha por la emancipación de la mujer y por un nuevo orden social basado en la igualdad y la libertad real. La tarea de la mujer comunista es construir tal movimiento y luchar para conducirlo a lo largo de la ruta hacia la revolución social.

Contra la represión sexual – por la liberación de gais y lesbianas

Las lesbianas, gais y transexuales tienen igualdad jurídica sólo en una minoría de países. En muchos otros son amenazados por el estado con castigos, con el acoso físico e incluso con la muerte. En África se ha lanzado una ola de violencia y represión contra las demandas de gais y lesbianas por los derechos civiles. Al igual que con la opresión de la mujer, la religión aprueba a menudo esta represión odiosa. Tampoco se ha ganado la lucha por la igualdad en los países capitalistas democráticos. El movimiento obrero y la juventud socialista deben salir en defensa de las personas lesbianas, gais y transexuales en todas partes.

• Todos los derechos para las personas lesbianas, gais y transexuales, incluidos todos los derechos legales a la asociación civil y matrimonio.

• Detener todo acoso por parte del Estado, las iglesias, templos y mezquitas: la orientación sexual y toda la actividad sexual consentida deben ser una cuestión de elección personal.

• Prohibir toda discriminación contra las lesbianas y gais. No a la discriminación en la vivienda, en el acceso a los seguros de vida, en tratamientos médicos, en el acceso al trabajo o a los servicios.

• Por el derecho de las parejas de gais y lesbianas a criar hijos.

• No a las prohibiciones de educar a las personas sobre sus opciones sexuales, no a la prohibición de la expresión pública del afecto y amor homosexuales.

Liberación para la juventud

La crisis golpea duramente a la juventud porque son la parte más insegura de la mano de obra y la más fácil de despedir. Hay cada vez menos puestos de trabajo para los que abandonan la escuela, los recortes en los presupuestos del Estado para educación reducen masivamente la opción de estudiar a tiempo completo en la educación superior. El empobrecimiento de las familias aumenta el trato brutal de los niños en los barrios pobres del tercer mundo.

Al mismo tiempo, lejos de la defensa de la juventud, en muchos países la burocracia sindical y el aparato reformista de los partidos obreros restringen y reprimen el espíritu y los derechos de la juventud. No es de extrañar: los jóvenes son una poderosa fuerza revolucionaria en todos los países, llenos de espíritu de lucha, libres de muchos de los prejuicios y hábitos conservadores inculcados por los partidos burgués y reformistas y por los sindicatos. Son un elemento vital de la vanguardia revolucionaria. Una Quinta Internacional debe permitirles aprender de su experiencia y dirigir sus propias luchas por alentar la creación de una Juventud Revolucionaria Internacional. Luchamos por:

• Puestos de trabajo para todos los jóvenes con salarios y condiciones iguales a las de los trabajadores de edad.

• Desechar los planes de capacitación de mano de obra barata, sustituirlos por periodos de aprendizaje con sueldo completo con empleo garantizado después.

• Terminar con todo el trabajo infantil.

• Educación gratuita para todos desde la infancia hasta los 16 años de edad y de formación y educación superior para todos los que lo deseen a partir de los 16, con un salario vital garantizado.

• El derecho a votar a la edad de 16 años o la edad laboral si es más temprana.

• Por centros juveniles y viviendas dignas, financiados por el Estado, pero bajo el control democrático de la juventud que los utiliza.

• Detener los recortes en la educación. Por grandes inversiones en el sistema de educación pública. Emplear a más maestros y pagarles salarios más elevados. Construcción de más escuelas del estado. Nacionalización de las escuelas privadas.

• Contra todas las restricciones al acceso libre y gratuito a las escuelas y universidades.

• No a todo control religioso o privado de la escolarización y por la educación laica financiada por el estado.

• A medida que se desarrolla su vida sexual, los jóvenes se enfrentan a la intolerancia, la represión y la persecución. No debería haber ninguna ley contra las relaciones sexuales consentidas ni criminalización de los amantes de “menor de edad”. La educación sexual debe estar disponible en las escuelas del estado, sin injerencias religiosas o parentales.

• Para leyes estrictas contra la violación y acoso sexual, en la familia, en el hogar, en las escuelas y orfanatos, en el trabajo. Proteger a los niños contra los abusos de dondequiera que vengan: sacerdotes, profesores, padres.

• Sacar a las empresas fuera del sistema educativo. Ningún control del sistema educativo por la burocracia estatal. Estudiantes, profesores y padres deben fijar los planes de estudio y administrar las escuelas democráticamente.

Defender los derechos democráticos

En sus propios países y en el extranjero, los imperialistas occidentales presumen de ser los partidarios y los defensores de la democracia. Mienten. Después del 11 de septiembre, los gobiernos norteamericanos y europeos imponen una sociedad de vigilancia y restricción o abolición de derechos acumulados a lo largo de siglos de luchas populares.

Al mismo tiempo, los derechos democráticos que permiten a la clase trabajadora, los campesinos, los pobres urbanos y rurales organizarse y movilizar en contraataque son socavados por los tribunales, la policía, los “escuadrones de la muerte” de los jefes. El veneno del racismo y pogromos (linchamientos) contra las minorías y las comunidades de inmigrantes se utiliza para dividir y socavar la resistencia. Por todo el mundo, son las organizaciones propias de las masas las que deben retomar la lucha para proteger y ampliar los derechos democráticos. Nuestras organizaciones democráticas de lucha son los cimientos de cualquier auténtico “poder del pueblo”. A través de elecciones periódicas, la revocabilidad de delegados y representantes, la oposición a la burocracia y sus privilegios, el movimiento de la clase obrera puede ser el trampolín para una nueva sociedad.

• Defender el derecho de huelga, la libertad de expresión, de asamblea, de organización política y sindical, libertad de publicar y transmitir.

• Exigir la eliminación de todos los elementos no democráticos de las constituciones capitalistas; monarquías, cámaras altas, presidentes ejecutivos, poderes judiciales no elegidos y poderes de emergencia.

• Por el derecho sin restricciones a un juicio con jurado y a la elección de los magistrados por el pueblo.

• Luchar contra la creciente vigilancia de nuestra sociedad y el creciente poder de los servicios policiales y de seguridad. Abajo con el aparato represivo, reemplazarlo con las milicias, procedentes de y controladas por, los trabajadores y las masas populares.

• Donde se plantean cuestiones fundamentales sobre el orden político, hacemos un llamamiento para una Asamblea Constituyente. Los trabajadores deben luchar para que los diputados a la Asamblea sean elegidos de la manera más democrática, se mantengan bajo el control de sus electores y sean revocables por ellos. La Asamblea debe ser forzada a abordar todas las cuestiones fundamentales de los derechos democráticos y la justicia social: revolución agraria, la nacionalización bajo control de los trabajadores de la industria de gran escala y los bancos, la auto–determinación de las minorías nacionales, la abolición de los privilegios políticos y económicos de los ricos.

De los piquetes de defensa a la milicia de los trabajadores

Todo huelguista resuelto sabe de la necesidad de los piquetes para disuadir a los reventadores de huelgas. No es de extrañar que por todas partes los capitalistas impulsen leyes draconianas anti–sindicales para intentar que nuestros piquetes sean tan débiles e ineficaces como sea posible. Al mismo tiempo, los jefes pueden contratar guardias de seguridad y matones privados para intimidar a los trabajadores. Desde los ataques a las marchas trabajadoras por la policía motorizada como en Grecia, o los arrestos y encarcelamientos de sindicalistas en Irán, hasta los asesinatos en las calles de Colombia por escuadrones de la muerte, el acoso contra de los trabajadores militantes continúa. Cuando la policía y los matones de los empresarios recurren a la represión, incluso la masa de piquetes más militante puede resultar insuficiente, como ocurrió en la huelga histórica de los mineros británicos en 1984-1985. Toda lucha seria muestra la necesidad de protección disciplinada, utilizando armas para igualar las utilizadas contra nosotros.

Deberíamos empezar con la defensa organizada de las manifestaciones, de piquetes de huelga, de las comunidades que se enfrentan a acoso racista y fascista. Siempre afirmando el derecho democrático a la auto-defensa, los militantes deberían lanzar una campaña por una guardia de defensa popular y de los trabajadores, basada en el movimiento de las masas.

En los países donde existe el derecho a portar armas, la guardia de defensa de los trabajadores debe aprovecharse al máximo del mismo. Cuando los capitalistas y su estado tienen el monopolio de la fuerza, se justifican todos los medios para romper ese monopolio. Los revolucionarios deben luchar dentro de las organizaciones de masas de la clase obrera y de los campesinos para la creación de escuadrones de defensa, disciplinados, entrenados en combate, equipados con las armas adecuadas para el éxito. En los momentos clave en la lucha de clases, en las oleadas masivas de huelga, en una huelga general, la creación de una milicia de la masa de los trabajadores es esencial, o el movimiento será ahogado en sangre como en Chile en 1973, o en la Plaza de Tiananmen en 1989. Haciendo frente al desafío, los medios de defensa popular pueden convertirse en el instrumento de la revolución.

Por la liberación de los pueblos y naciones oprimidas

El punto de partida de los internacionalistas es que los trabajadores y campesinos de todas las nacionalidades deben unirse, ya que en ninguna nación pueden resolver sus problemas de manera aislada. El mayor obstáculo para lograr este internacionalismo es la opresión nacional: el hecho de que el sistema mundial se basa en la opresión sistemática de algunas naciones por otras. Una duradera unidad entre las naciones no puede lograrse cuando una nación oprime a otra. Hoy día, a naciones enteras, los palestinos, los kurdos, los chechenos, los tamiles de Sri Lanka, los habitantes de Cachemira, los tibetanos y muchos otros… se les niega el derecho a la auto-determinación. Junto con muchos de los pueblos indígenas, son sometidos a limpieza étnica y a genocidio cultural y, a veces, físico. Las clases trabajadoras, especialmente aquellas cuya clase dirigente nacional es la responsable de esa opresión, deben prestar apoyo y ayuda práctica en la lucha de las naciones oprimidas por su liberación.

• Por el derecho de auto-determinación de las naciones oprimidas, incluido su derecho a formar un estado independiente, si así lo desean.

• Por el derecho de los pueblos indígenas a sus tierras, libres de asentamientos encaminados a hacer de ellos una minoría.

• Igualdad de derechos y de ciudadanía para los miembros de las minorías nacionales.

• Contra los idiomas oficiales de estado. Igualdad de derechos para las minorías nacionales a utilizar su idioma en las escuelas, los tribunales, los medios de comunicación y en relaciones con la administración pública. Por el derecho de las comunidades de inmigrantes a utilizar su lengua materna en la escuela.

Luchar contra el racismo

El racismo es una de las más profundas y perniciosas formas de opresión de las muchas que crea el capitalismo. Sus raíces se encuentran profundamente arraigadas en la historia del desarrollo capitalista. El mercado y el comercio mundiales crecieron bajo la dominación de los poderosos estados capitalistas que saquearon a los poderes más débiles. La esclavitud en Norteamérica, los frutos del imperio en Gran Bretaña, Holanda y Francia, las guerras de conquista por Alemania y Japón, todo ello requería que los opresores negaran la humanidad misma de aquellos a los que esclavizaron. Los africanos, los indios, los chinos y los asiáticos del Sudeste, todos fueron presentados por las nuevas potencias imperiales como sub–humanos, indignos por tanto de los derechos que extendieron a regañadientes a sus poblaciones en casa.

Inculcando de manera sistemática la nueva ideología del racismo, las potencias imperiales justificaron sus crímenes en ultramar, enrolaron a su propio pueblo para apoyar aventuras militares nacionales, sin importar cuán criminales fueran, inmunizaron a sus propios trabajadores contra el “indeseable” espíritu rebelde de su hermanos y hermanas de las colonias y provocaron profundas divisiones entre las secciones nativa e inmigrante de la clase obrera en la metrópoli. Hoy, tras el gran movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y los movimientos nacionales victoriosos que expulsaron a los colonialistas de Argelia, la India y Vietnam y derrotado el apartheid en Sudáfrica, las burguesías de las potencias imperialistas juran ser anti-racistas. Sin embargo, estos mismos gobiernos sistemáticamente discriminan a las comunidades negras, africanas, asiáticas y comunidades migrantes en sus países de origen, imponen controles de inmigración racistas y someten a las minorías raciales a la peor vivienda, al salario más bajo y al acoso persistente de la policía. En Europa, tanto Occidental como Oriental, las comunidades gitana y musulmana son objeto de redadas policiales y deportaciones forzadas, y son provocadas por la incesante propaganda racista y vil de los medios de comunicación.

• Abajo con todas las formas de discriminación contra los inmigrantes. Igualdad de remuneración e igualdad de derechos democráticos independientemente de su raza, nacionalidad, religión o procedencia.

• Eliminar todas las leyes específicas y restricciones relativas a las personas con ciudadanía extranjera. Abrir las fronteras. Lucha contra los controles racistas en las fronteras que impiden la libre circulación de trabajadores y de los oprimidos.

• Por el derecho de las mujeres musulmanas a llevar vestimenta religiosa (velo, niqab, burka) si así lo desean, en todos los ámbitos de la vida pública – y por el derecho de las mujeres en los países y comunidades musulmanes a no a vestir ropa religiosa, libres de coacción legal, religiosa o familiar.

• Derechos de asilo para todos aquellos que huyen de la guerra, la opresión y la pobreza en sus países de origen.

• Luchar contra el racismo y contra todas las formas de discriminación racial. Iniciar una lucha contra el racismo en todos los sectores del movimiento obrero. No a las huelgas contra la mano de obra extranjera o migrante.

• El movimiento de los trabajadores, especialmente de los sindicalistas en la prensa y en los medios de comunicación, debe organizar una campaña, respaldada por la acción directa, para detener y responder a la propaganda de odio racista.

Por un frente unido de los trabajadores contra el fascismo

Las crisis capitalistas arruinan a las clases medias y les impulsa a una frenética búsqueda de chivos expiatorios, mientras, los desempleados de larga duración se hunden cada vez más en la desesperación, haciéndolos vulnerables a demagogos racistas, nacionalistas de ultraderecha y religiosos y o directamente fascistas.

En los países imperialistas, esto a menudo toma la forma de fascismo clásico que usa como chivos expiatorios a las minorías raciales, nacionales y religiosas, los inmigrantes o los gitanos. En particular, en Europa, la islamofobia, el odio por los musulmanes, es un peligro de rápido crecimiento, con marchas contra mezquitas y agitación social contra el hijab y el burka propagándose al amparo de la ideología oficial del ‘anti–terrorismo’ y la falsa amenaza de la “islamización de Europa”. Ni siquiera el antisemitismo ha muerto, de hecho, el movimiento nazi húngaro Jobbik, en constante crecimiento, combina ambos odios en una nociva mezcla de demagogia reaccionaria.

En el mundo semi-colonial, las fuerzas fascistas a menudo surgen del comunalismo y fanatismo religioso, dirigiendo las emociones de las masas contra las minorías como los musulmanes en la India, los tamiles en Sri Lanka, o los ahmadías en Pakistán.

El fascismo es una fuerza de la guerra civil contra la clase obrera. Agitando antiguos odios y promoviendo temores irracionales, moviliza al “petit bourgeois” y las masas del lumpenproletarido (subproletariado) para primero dividir, y luego destruir, a la clase trabajadora y sus organizaciones democráticas. A continuación, reúne en sus manos todo el aparato de control del estado para imponer un régimen de súper-explotación de los trabajadores bajo la supervisión directa de la policía y sus bandas auxiliares.

Su crecimiento como fuerza masiva es testimonio de la intensidad de la crisis que enfurece a millones y les lleva a la desesperación y de las traiciones y los fracasos de los dirigentes de la clase trabajadora. Sólo puede ser derrotado desatando el movimiento revolucionario de la clase obrera y sus aliados, haciendo un llamamiento por un frente obrero unido de todas las organizaciones de trabajadores contra el fascismo y una milicia antifascista de la clase trabajadora para repeler sus ataques contra el movimiento obrero y las minorías. Como dijo León Trotsky, si el socialismo es la expresión de la esperanza revolucionaria, el fascismo es la expresión de la desesperación contrarrevolucionaria. Para repelerlo, la desesperación de las masas debe convertirse en una ofensiva contra el capitalismo a lomos de la crisis, el sistema que repetidamente da a luz al fascismo.

• Por un frente unido de los trabajadores contra los fascistas.

• Ninguna apoyo al estado capitalista y su aparato represivo.

• Por la autodefensa organizada de los trabajadores, las minorías nacionales y los jóvenes. Una milicia antifascista puede romper las reuniones, manifestaciones y mítines fascistas y evitar conceder una plataforma a los demagogos racistas y fascistas.

Así como la fuerza del fascismo depende de movilizar a las masas enfurecidas por los efectos de la crisis del capitalismo, la lucha contra el fascismo sólo se completará cuando su origen, el capitalismo, sea arrancado de raíz.

Contra la guerra imperialista y el militarismo

Cada crisis económica capitalista lleva consigo la amenaza de guerra. Se intensifica la competencia entre los estados, los jefes intentan apartar a la gente de la lucha de clases y concentrarles en la lucha contra un enemigo extranjero. De Afganistán e Irak a Honduras y Sierra Leona, las principales potencias imperialistas como los Estados Unidos y Gran Bretaña utilizan la ocupación directa, fomentan golpes de estado y fomentan las guerras civiles para imponer sus regímenes títeres. Alientan a sus gobernantes marioneta para que actúen como policías regionales, encargados de quebrantar a los gobiernos rivales y reprimir al pueblo.

Hoy, la gran recesión económica ha abierto un periodo de crisis revolucionaria del sistema como un todo, elevando la lucha entre las potencias imperialistas para repartirse de nuevo los recursos del mundo. Al principio, los contornos de estas nuevas rivalidades, las tensiones y puntos muertos entre Estados Unidos y China, Rusia y la Unión Europea, son sólo tenuemente discernibles. No obstante, llevan aparejadas la amenaza de mortíferas guerras regionales, de guerras subsidiarias y, en definitiva, de una nueva guerra mundial, un choque aniquilador desesperado entre los imperios nuevos en desarrollo y las potencias mundiales en decadencia.

Si la clase obrera deja la diplomacia internacional, la decisión sobre la guerra o la paz, en manos de nuestros gobernantes, nuestro destino es ser carne de cañón. Por eso la clase de trabajo necesita una nueva Internacional, como la Primera Internacional explicó en su declaración fundacional, “para dominar por sí mismos los misterios de la política internacional; para vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos gobiernos; para contrarrestarlos, si es necesario, por todos los medios a su alcance.”

La gran movilización contra la guerra de 2003, que sacó a 20 millones de personas a las calles de todas las grandes ciudades del mundo, probó concluyentemente que esto es posible. Iniciado por el Foro Social Europeo y el Foro Social Mundial, el fracaso del movimiento para detener la guerra fue debido únicamente al hecho de que el FSE y el FSM no fueron capaces de, ni estaban dispuestos a, organizar nuevas acciones de masas como huelgas, bloqueos callejeros y motines.

La gran escala de las marchas en todo el mundo mostró el potencial para la acción global por parte de la clase trabajadora para detener las guerras, o convertirlas en revoluciones; el fracaso del movimiento para detener la guerra de Iraq reveló la necesidad de una organización más disciplinada, con objetivos más determinados, una Quinta Internacional.

Bajo el capitalismo, los trabajadores no tienen patria. En los países imperialistas, el movimiento de la clase obrera nunca puede apoyar la ‘defensa nacional’ y siempre debe buscar la derrota de sus gobernantes ya sea en las guerras coloniales de ocupación en Irak y Afganistán, o en cualquier enfrentamiento con los estados imperialistas rivales. Es el deber de los revolucionarios usar la guerra para provocar la caída del sistema, para convertir la guerra imperialista en una guerra civil.

En los países semi-coloniales es necesario defender la nación contra cualquier ataque por una potencia imperialista, o uno de sus servidores o policías locales. Al mismo tiempo, los revolucionarios no dan ningún apoyo a la dirección burguesa de la guerra. Luchando por un frente unido de todas las fuerzas nacionales contra el imperialismo, exponiendo la debilidad, la indecisión y la timidez de las clases propietarias en la lucha antiimperialista, los revolucionarios se esfuerzan por llevar fuerzas independientes de la clase obrera a la cabeza de la lucha para liberar a la nación del imperialismo y abrir el camino al socialismo.

En enfrentamientos fratricidas entre semi-colonias sobre territorios o recursos, entonces la derrota de tu ‘propio’ país es un mal menor que la suspensión de la lucha de clases en el mismo; la guerra debe transformarse en un levantamiento por el poder de la clase obrera y por la paz.

Las principales potencias imperialistas, Estados Unidos, Reino Unido, China, los estados de la Unión Europea, gastan cientos de miles de millones en sus máquinas de guerra. Hoy en día, afirman actuar por motivos humanitarios, pero esto es camuflaje de su verdadero objetivo, hacer valer y mantener su dominación militar del mundo. También en naciones más pobres enormes proporciones del presupuesto nacional se gastan en el ejército; en países como Pakistán y Turquía, los militares pretenden desempeñar directamente un papel político por sí mismos.

• No a las guerras imperialistas y de agresión. Lucha contra la ocupación imperialista de Afganistán, Irak, Palestina, Chechenia. Apoyar la resistencia. Manos fuera de Irán y Corea del Norte.

• Por el cierre de las bases militares de Estados Unidos por todo el mundo. No a las intervenciones militares imperialistas de la Unión Europea.

• Disolución de todas las alianzas militares dominadas por imperialistas, como la OTAN.

• Ni un céntimo ni una persona para cualquier ejército capitalista, ya sea ejército profesional o basado en un servicio militar obligatorio. Los representantes de los trabajadores en el parlamento deben oponerse a todo gasto militar por los gobiernos capitalistas.

• Entrenamiento militar para todos bajo el control del movimiento de los trabajadores.

• Por los derechos civiles íntegros para los soldados, por la creación de comités y sindicatos de soldados y la elección de oficiales.

• En una guerra reaccionaria, el enemigo de la clase obrera está en casa. Por la derrota de los gobiernos imperialistas en tiempo de guerra; por la victoria de estados coloniales, semi–coloniales y la clase obrera contra los ejércitos imperialistas.

Abolir el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial

El sistema de las instituciones financieras internacionales (Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial de Comercio y Banco Mundial) fue revelado y desacreditado por una serie de poderosas movilizaciones masivas alrededor del mundo en los años posteriores al 2000. Sus pretensiones hipócritas de cancelar la deuda del tercer mundo y fijar nuevas metas de desarrollo han demostrado ser totalmente huecas ya que los países ricos no han podido cumplir sus promesas e incluso han recortado sus presupuestos de ayuda. Sus reivindicaciones de haber creado un “nuevo paradigma” para un mundo libre de crisis explotaron por el ‘crash’ de 2008. Aquellas organizaciones no gubernamentales que pensaban que las instituciones financieras internacionales se desvanecerían de alguna manera o se auto-reformarían han sido cruelmente decepcionadas. Tan pronto como el pretexto de la contra-crisis dio paso a programas de austeridad, el FMI y sus organizaciones auxiliares, volvieron al ataque. Ahora, más que nunca, es necesario continuar la resistencia, exigiendo:

• Cancelación incondicional y total de la deuda de todos los países de América Latina, África, Sudeste de Asia y Europa Oriental.

• Los estados imperialistas deben compensar al mundo semi–colonial por el saqueo de sus recursos naturales y humanos.

• No al proteccionismo de los países desarrollados contra los productos del sur global. Abolir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la Política Agraria Común de la Unión Europea y otras armas proteccionistas de los estados imperialistas. Sin embargo, apoyamos el derecho de los países del tercer mundo a defender sus mercados de las importaciones baratas de países imperialistas.

• Abolir el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.

• Nacionalizar, bajo control obrero, los grandes bancos y las corporaciones.

La crisis del liderazgo de la clase obrera

Los líderes actuales de las masas trabajadoras mostraron su debilidad en las crisis de 2008-2010. A pesar de un rechazo popular espontáneo del rescate de los banqueros a nuestra costa, los dirigentes de los sindicatos y partidos socialistas por igual lo aceptaron con resignación. Dijeron que no tenían ninguna alternativa. Existía una alternativa que todos habían abandonado décadas atrás; la socialización de los bancos, sin ninguna indemnización a los multimillonarios, y al mismo tiempo garantizando el ahorro, pensiones y puestos de trabajo de los trabajadores.

Nuestros dirigentes oficiales siguen amargamente en contra de cualquier intento de arrancar el poder del estado de las manos de nuestros enemigos de clase, para reemplazar su poder con uno que brote de las organizaciones de masas de los millones de trabajadores. Simplemente no tienen ningún programa para desmantelar y sustituir este sistema de bancarrota que explota y degrada la fuerza productiva del trabajo humano y los recursos de la naturaleza.

De esta forma, la crisis del capitalismo crea una crisis cada vez más profunda del liderazgo de la clase trabajadora. Para superar esta crisis, para convertir la resistencia en la lucha por la revolución mundial del siglo XXI, tenemos que fundar una Quinta Internacional con secciones en cada país. Ésta debe transformar los movimientos laborales nacionales, distribuir solidaridad y acción a través de las fronteras y convertirse en un Partido Mundial de la Revolución Socialista.

Abajo el reformismo

En los países imperialistas ricos de Europa y algunos países privilegiados del Sur, partidos socialdemócratas y laboristas han servido a los capitalistas como partidos de gobierno durante casi un siglo. En Brasil, el Partido de Trabajadores (PT) ha seguido el mismo camino, igualmente han hecho los dos principales partidos comunistas de la India, CPI y CPI(Marxista). Un estrato privilegiado de burócratas y parlamentarios, que consideran al capitalismo como sistema eterno y sirven a los jefes ya sea en el gobierno o en la oposición, frustran los intentos de los trabajadores por utilizar estos partidos como armas de lucha. A pesar de que una vez canjearon sus servicios por reformas limitadas, durante los últimos veinte años han ido más lejos y han adoptado las políticas neoliberales, pro–mercado dictadas por la clase capitalista. Las “reformas” de hoy en día son los recortes en el bienestar, la privatización y los ataques contra los salarios.

Con la restauración del capitalismo en las repúblicas de la ex Unión Soviética, en Europa Oriental y en China, los partidos comunistas estalinistas del mundo también han avanzado fuertemente hacia la derecha. En Europa Central y Occidental han ocupado parte del espacio político desocupado por la socialdemocracia neoliberal. Con sus palabras han criticado al neoliberalismo, pero en la práctica, tan pronto como llegaron a compartir incluso a una pequeña parte del gobierno, partidos como Rifondazione Comunista en Italia, el Parti Communiste Française y Die Linke en Alemania, apoyaron los recortes sociales y la privatización. Gobernar para el capitalismo ha llevado al gobierno del CPI y del CPI–M en Bengala Occidental a actuar como ejecutores del capital nacional y extranjero contra los aldeanos y los pueblos tribales cuyas tierras desean expropiar. La represión sobre los aldeanos de Nandigram en Bengala Occidental se hizo tristemente célebre en todo el mundo.

En aparente contraste, algunos partidos maoístas, específicamente los de Nepal y la India, han desempeñado un papel más radical. En Nepal, el Partido Unificado Comunista de Nepal (Maoísta) jugó un papel líder en el movimiento de masas que derrocó a la monarquía. Pero, tras haber ganado las elecciones a una Asamblea Constituyente, entró en el Gobierno, con su líder convertido brevemente en primer ministro.

Esto ha puesto de relieve, una vez más, el error fundamental en la estrategia Estalinista–Maoísta de la “revolución por etapas”. Ésta se basa en la creencia de que en países económicamente subdesarrollados la clase obrera no debería luchar por el socialismo hasta que haya una “etapa democrática” de desarrollo capitalista. De esta forma, los estalinistas se oponen a que la clase trabajadora tome el poder e implemente un programa socialista de desarrollo. En cambio, insisten en que la clase trabajadora debe formar una alianza con la burguesía nacional y no reclamar más que un gobierno democrático.

El Partido Comunista de la India(Maoísta) ha crecido como una fuerza de guerrilla con base en los campesinos pobres y sin tierra y los adivasis (pueblos indígenas) que luchan para evitar que sus tierras les sean arrebatadas por las multinacionales o por indios multimillonarios. Ellos persiguen la estrategia maoísta de “sitiar las ciudades”, pero, en un país con una clase trabajadora enorme y en crecimiento, las limitaciones de la teoría de etapas y de la estrategia de guerrilla son evidentes; no pueden proporcionar una estrategia para la revolución socialista en la India.

Cuba tiene enorme influencia como el único estado en las Américas donde el capitalismo ha sido derrocado. Sus sistemas de salud y educación, en sorprendente contraste con los de sus vecinos de América Latina y El Caribe, muestran algo de lo que pueden hacer una economía planificada y la exclusión de los explotadores capitalistas imperialistas y nativos.

Sin embargo, desde la década de 1960, el Partido Comunista de Cuba no ha hecho nada para propagar la revolución, más allá de apoyar a los regímenes que desafían a los Estados Unidos. De hecho, en puntos clave, como en Chile y Nicaragua, instó a una estricta adherencia a la teoría estalinista de las etapas, con lo que contribuyó a la victoria de la contrarrevolución. Dentro de la misma Cuba, el estado de partido único ofrece poco espacio para el debate democrático u organizaciones independientes de organizaciones de trabajadores y campesinos. En su lugar, la economía está totalmente controlada por el partido y por la privilegiada burocracia estatal que lo representa.

Los gobiernos “Socialistas Bolivarianos” de Hugo Chávez y Evo Morales han llevado a cabo recientemente reformas genuinas para la clase obrera y los pobres urbanos. En Venezuela, desde que las masas derrotaron el golpe de estado de 2002, apoyado por Estados Unidos, los ingresos de la industria petrolera nacionalizada han sido utilizados en parte para financiar importantes programas sociales para los pobres. Esto los distingue de la mayoría de los regímenes en el continente. En un momento en que la globalización capitalista estaba promoviéndose a sí misma como “el único camino”, ellos se declararon socialistas y afirmaron que estaban transfiriendo la riqueza y el poder al pueblo obrero. Como resultado se ganaron el odio de los imperialistas de Estados Unidos y de sus propias oligarquías.

Sin embargo, a pesar de estas medidas populistas de izquierda, está claro que Chávez, Morales y otros líderes Bolivarianos encabezan regímenes no socialistas, sino burgueses. No han expropiado los sectores decisivos de la gran burguesía o de las corporaciones extranjeras. Ante huelgas y ocupaciones de los trabajadores, a menudo han reprimido tales luchas con la policía y los tribunales y han detenido a sus dirigentes. Como el propio Chávez dijo a mediados de 2009 “no negamos el mercado, sino el mercado libre”. Este compromiso entre socialismo y capitalismo no es sostenible. Son contrarios irreconciliables y uno debe triunfar sobre el otro. Las reformas sociales y las nacionalizaciones sólo serán “socialistas” cuando un estado obrero las coordina y las defiende. Sólo con el control obrero de los lugares de trabajo y el poder de los trabajadores en el estado, puede hacer que sea posible eliminar la basura y el caos del mercado y reemplazarlo con la planificación democrática.

Liberar nuestros sindicatos del control burocrático

Por todo el mundo nuestros sindicatos están bajo el ataque de los capitalistas. En la lucha para despertar a nuestros sindicatos para resistir la ofensiva de los jefes, el mayor obstáculo es la influencia paralizante de la casta de los burócratas que mantiene a nuestras organizaciones como esclavas de los jefes, sus gobiernos y sus leyes.

La ofensiva de los jefes es implacable y perversa. En los países más débiles y menos adelantados (las semi–colonias), los regímenes dictatoriales han convertido a los sindicatos en instrumentos del estado, prohibiendo huelgas e ilegalizando la libre elección de los dirigentes sindicales. Los sindicatos independientes y organizaciones laborales tienen que luchar en la clandestinidad, enfrenándose a detenciones, tortura y asesinato.

En las democracias capitalistas avanzadas, décadas de lucha de clases han asegurado los derechos legales de los sindicatos, por lo que en lugar de la ilegalización declarada, el estado incorpora a los sindicatos mediante la concesión de privilegios a sus líderes y a atrayéndoles a esquemas de coproducción mediante la colaboración entre clases. Pero los capitalistas continuaron arrancando derechos y poniendo a los sindicatos bajo restricciones legales cada vez mayores, que impiden la actividad sindical efectiva y el reclutamiento masivo. Los tribunales occidentales repetidamente demuestran el carácter de clase de la ley burguesa interviniendo para anular convocatorias de huelga, confiscar fondos sindicales y respaldar a las compañías que revientan a los sindicatos.

Hoy, en la crisis económica, el capital considera cada vez más a los sindicatos independientes como intolerables. Tenemos que defender a nuestros sindicatos, luchar por su independencia de los capitalistas y el estado, reanudar la lucha para afiliar a millones de nuevos miembros de los sectores anteriormente desorganizados, de los sectores de trabajo en precario y súper-explotados, muchos de ellos jóvenes, inmigrantes o ‘ilegales’. Esta lucha encontrará oposición intransigente desde dentro: la antidemocrática y altamente remunerada burocracia sindical, que ve su tarea como eterna; negociando acuerdos en una economía capitalista perpetua. En tiempos de crisis, estos acuerdos se convierten en “devoluciones” a los jefes, negociando las condiciones laborales por los puestos de trabajo y viceversa.

Los burócratas suelen actuar como acérrimos policías para el estado y los empresarios, convirtiendo a los militantes en sus víctimas y ayudando a expulsarlos del lugar de trabajo. Los revolucionarios se organizan dentro de los sindicatos para aumentar su influencia, hasta inclusive obtener el liderazgo de los mismos, mientras que todo el tiempo permanecen leales a los militantes de base y tan francos y abiertos como permitan la represión estatal y la burocracia del sindicato. En los sindicatos burocráticos, estimularemos la creación de movimientos de militantes, con el objetivo de democratizar el funcionamiento de las huelgas y otras formas de lucha y de reemplazar la permanente y sobre-pagada casta de altos funcionarios con líderes electos, revocables de inmediato, y que cobren los mismos salarios que los miembros de base.

Pero incluso el movimiento sindical más democrático puede no ser suficiente. La idea sindicalista de que los sindicatos deben ser independientes, no sólo de los jefes, sino también de los partidos políticos de la clase obrera, solo puede debilitar la resistencia de los trabajadores y la lucha por el poder de la clase trabajadora. En su lugar, los revolucionarios tienen por objeto orientar a los sindicatos para luchar no sólo por intereses sectoriales sino por los de la clase trabajadora en su conjunto; transversalmente en las artesanías y en los oficios, en cada sector e industria, para el personal temporal y el permanente, para los trabajadores actuales y para los futuros, no sólo en un país, sino internacionalmente. Promovemos la conciencia de clase, no sólo la estrecha conciencia sindical. De esta manera, los sindicatos pueden convertirse una vez más en escuelas reales para el socialismo y un enorme pilar de apoyo para un nuevo partido revolucionario de los trabajadores.

Una nueva Internacional debe comprometerse con la renovación de los sindicatos existentes siempre que sea posible, pero no se echará atrás ante una ruptura formal y la formación de nuevos sindicatos cuando la burocracia reformista haga que la unidad sea imposible. Necesitamos organizaciones en los lugares de trabajo que no se acomoden a los dictados de los jefes sino que defiendan a los trabajadores con métodos militantes de lucha, como huelgas masivas u ocupaciones, y cuando sea necesario, una huelga general. Los sindicatos no deben ser controlados burocráticamente desde arriba hacia abajo, sino que deben ser democráticos, donde las diferencias puedan debatirse libremente, donde los líderes puedan ser controlados y, si es necesario, revocados de inmediato.

No podemos esperar hasta que los sindicatos se transformen, tenemos que luchar ahora. Exigimos que los actuales líderes luchen por las urgentes necesidades de las masas y advertimos a sus militantes de que no confíen en ellos. Luchamos por la formación de movimientos de militantes en los sindicatos existentes para que el estrangulamiento de los funcionarios pueda romperse y la acción sindical se ejerza a pesar de ellos. Nuestra consigna debe ser; acción con los líderes oficiales cuando sea posible, pero sin ellos cuando sea necesario.

Necesitamos a los sindicatos y organizaciones de masas que realmente puedan unir a la masa de la clase trabajadora y a los oprimidos, y que no estén dominados por las capas de hombres en situación privilegiada procedentes exclusivamente del grupo racial o nacional dominante dentro de un determinado país. Esto significa que promovemos plenos derechos y plena representación en la estructura de liderazgo para los estratos bajos de la clase obrera y los pobres, las mujeres, los jóvenes, las minorías y los inmigrantes. Por lo tanto, luchamos por:

• La organización de los trabajadores desorganizados, incluyendo a las mujeres, los inmigrantes y las fuerzas de trabajo temporal.

• Que los sindicatos estén bajo el control de sus miembros.

• La unidad de todos los sindicatos sobre una base democrática y militante, totalmente independiente de los jefes, sus partidos y sus estados.

Lucha contra la vacilación centrista

Entre los partidos reformistas de masas y el comunismo revolucionario existe una miríada de organizaciones, agrupaciones y sectas intermedias inestables. Aunque estos centristas pretenden representar una continuidad formal con los programas revolucionarios de la tercera internacional en los días de Lenin, o de la Cuarta Internacional de Trotsky, en su práctica política zigzaguean salvajemente entre el oportunismo cobarde y el sectarismo desvalido.

Cuando el estado de ánimo de oportunista les domina, sistemáticamente adaptan su política a la de la socialdemocracia, el estalinismo o el nacionalismo populista o pequeñoburgués. Cuando esto no puede romper el dominio del reformismo, normalmente se retiran, lamiendo sus heridas en el sectarismo, el gemelo anémico del oportunismo. Después trabajan para inmunizar a sus partidarios del contacto con las masas reformistas, que devuelven el cumplido ignorándoles.

Invariablemente, los centristas para encubrir sus propios fallos, hacen llamamientos a la espontaneidad de las masas como si esta espontaneidad no requiriera, en cualquier caso, liderazgo y expresión consciente si quiere lograr resultados. Si los centristas se van adaptando a los líderes reformistas, saludan las ilusiones de las masas como formas de una naciente conciencia de clase. Si los centristas están en retirada sectaria, niegan que las masas mantengan en absoluto ilusiones o regañan a las masas por su insuficiente espíritu de lucha. En realidad, sólo revelan su propia incapacidad para conectar la política revolucionaria con el movimiento de masas.

El elemento común de centrismo, tanto en su forma oportunista como en la sectaria, es el fracaso para luchar en el movimiento de masas para sacar a las masas reformistas fuera del programa del reformismo y llevarlas a un programa de transición revolucionario.

Nada de esto es desvirtuar el papel que las organizaciones centristas pueden desempeñar en las batallas de clase o la construcción de acciones de solidaridad, antirracistas, antiimperialistas e internacionalistas. Hoy día en algunos países como Francia y Grecia, fuerzas como el Nuevo Partido Anticapitalista, y la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza y Antarzya) han crecido lo suficiente en la lucha contra la crisis como para representar un serio desafío al reformismo, cada vez más influyente precisamente cuando la lucha de clases desborda las actividades parlamentaria y sindical cotidianas. Dado que, en los próximos años, esta situación es cada vez más probable, podemos esperar un crecimiento sustancial de algunas organizaciones centristas.

Sin embargo, al igual que la ofensiva capitalista y la ola de resistencia pueden impulsar a algunas agrupaciones centristas, otras se muestran incapaces de responder de manera eficaz. La insuficiencia de sus más recientes esquemas oportunistas o sus tácticas temerarias se ve cruelmente expuesta por las cambiantes condiciones de lucha. Tal es el caso del Partido Socialista de los Trabajadores en Reino Unido, cuyo intento archi-oportunista de crear un partido unido con hombres de negocios musulmanes de corte reformista-liberal “Respect”, colapsó de manera ignominiosa, provocando más escisiones y desorientación, e hizo descarrilar una oportunidad clave para lograr la ruptura de los sindicatos con el neoliberal Partido Laborista después de la guerra de Irak.

Internacionalmente, la más importante organización centrista sigue siendo la Cuarta Internacional, seguidores de las ideas de Ernest Mandel. En Francia, sus partidarios han fundado el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), que reúne a miles de activistas que buscan una alternativa a los reformistas y abrir una serie de debates clave sobre el camino a seguir por la clase obrera francesa.

Al mismo tiempo, el NPA se presenta a las elecciones con un programa reformista propio y no ha podido organizar un desafío coordinado dentro de la resistencia para a romper el dominio de los líderes oficiales de los sindicatos. Su liderazgo está dividido entre una estrategia impotente de bloques electorales con el Partido Comunista o apoyar una resuelta plataforma anticapitalista. La tarea de los comunistas revolucionarios es ayudar a este partido a superar su herencia centrista y desarrollar un programa de transición completamente revolucionario.

Peor aún, los partidarios de la Cuarta Internacional en Portugal, el Bloque de Izquierda, votaron en el parlamento por el programa de rescate de la Unión Europea para Grecia, incluyendo sus medidas de austeridad. En Brasil, ante el programa neoliberal del presidente socialdemócrata Lula, la Cuarta Internacional no puede decidir si su objetivo es construir una alternativa revolucionaria a los reformistas del Partido de los Trabajadores de Lula (PT), o construir un PT (segunda marca), sobre un programa de izquierda reformista. Reconociendo que ha fracasado a la hora de convertirse en un partido mundial, la Cuarta Internacional acogió con satisfacción el llamamiento de Hugo Chávez para la formación de una Quinta Internacional y correctamente advirtió que esto no debe estar vinculado a ningún estado burgués. Al mismo tiempo, sin embargo, la Cuarta Internacional defiende, como un objetivo estratégico, la creación de una internacional “pluralista” que abarque tanto reformistas como a revolucionarios. ¡Aquí debe establecer una distinción vital!

Por supuesto, en las condiciones contemporáneas, una nueva Internacional a gran escala es muy probable que se convierta en una arena de lucha política entre revolucionarios y militantes de la izquierda reformista. Pero esto no puede ser el objetivo final. Una y otra vez, en el próximo período, las crisis revolucionarias en diversos países plantearán a quemarropa la cuestión del poder. A menos que los revolucionarios puedan superar la influencia del reformismo y derrotar su dominación en el movimiento, sufriremos derrota tras derrota. Cuando admitimos que los trabajadores reformistas entrarán en una nueva internacional, lo hacemos no con el objetivo estratégico de una coexistencia pacífica con sus prejuicios, sino con una perspectiva de lucha, para arrebatar a estos militantes de la dirección de los reformistas y ganar la nueva Internacional para el comunismo revolucionario.

Otros fragmentos de la Cuarta Internacional reúnen a algunos miles de activistas en todo el mundo. La Corriente Marxista internacional (IMT) y el Comité por una Internacional de los Trabajadores (CWI), basada en la corriente británica de Ted Grant, se han adaptado sistemáticamente al imperialismo: ambos se negaron a pedir la retirada de las tropas británicas de Irlanda y de las Islas Malvinas; ambos respaldaron las vergonzosas huelgas por «empleos británicos» contra los trabajadores portugueses e italianos en 2009.

Hoy día, ocultan su rechazo a solidarizarse con la resistencia a la ocupación imperialista en Irak y Afganistán con frases acerca de la unidad de los trabajadores y graves advertencias sobre la reacción de los islamistas, ¡como si el movimiento socialista pudiera llegar a encabezar la resistencia en estos países, sin tomar partido en la guerra contra los invasores liderados por Estados Unidos! Desconectados del IMT y CWI, pero cantando con la misma partitura, el Partido Comunista-Obrero de Iraq e Irán y el Partido Laborista de Pakistán, avanzan sobre la misma política criminal y cosechan la no deseada pero inevitable consecuencia: la hegemonía de los islamistas sobre la resistencia es indiscutida (…por ellos al menos).

En América Latina, una política para romper el dominio del populismo sobre las masas es crucial para un avance revolucionario en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina. Pero este es el gran punto ciego de la principal escisión de la Cuarta Internacional en ese continente, los seguidores del fallecido Nahuel Moreno. Oscilando salvajemente entre el oportunismo y el sectarismo, los herederos de Moreno o bien se degradan a sí mismos ante el liderazgo y las políticas reformistas de Chávez y Morales, o diligentemente informan a la clase trabajadora del polo opuesto, que no tienen ninguna ilusión en sus líderes. Descartan como derrotas las demandas a los dirigentes de los trabajadores para que actúen y se niegan a luchar para que las organizaciones de masa de los trabajadores rompan con el populismo y formen un partido independiente de los trabajadores.

En general, el centrismo no está dispuesto a, ni es capaz de, romper en la práctica con el reformismo de izquierdas y, por tanto en última instancia con el capitalismo, ni tampoco de construir una alternativa revolucionaria abierta y enérgica. A menudo giran a la izquierda bajo la presión de las masas, pero luego lo hacen a la derecha, bajo la presión de los aparatos burocráticos en nombre del ‘realismo’.

Una nueva Internacional revolucionaria necesitará atraer a miles de los militantes de estos partidos y grupos, igualmente tendrá que ganar a decenas y cientos de miles de los reformistas más militantes. Y no puede hacerlo haciendo concesiones al centrismo. En situaciones prerrevolucionarias y revolucionarias, las organizaciones centristas generalmente irán más lejos que los reformistas, pero en el momento decisivo, cuando se plantea la cuestión del poder, capitulan a los reformistas o siguen desastrosos caminos sectarios o temerarios. No es casualidad que las organizaciones centristas muestren la mayor inestabilidad en la cuestión misma del desarrollo de un nuevo programa revolucionario, de la construcción de partidos revolucionarios y un nuevo Partido Mundial. Construir una Quinta Internacional, por tanto, requiere una lucha implacable contra el centrismo.

La lucha por el poder

Nuestro objetivo es el poder político, el poder de cambiar el mundo para siempre de manera que la desigualdad, las crisis y guerra, la explotación y las clases se conviertan en un recuerdo lejano. Pero los revolucionarios por sí solos no hacen la revolución. Se necesitan condiciones previas objetivas: una crisis profunda económica, política y social que la clase dirigente sea incapaz de solucionar para que se dividida por sí misma. También se necesitan condiciones subjetivas: la clase trabajadora y la clase media-baja deben ser reacias a seguir apoyando al viejo orden a causa del sufrimiento y caos que ha traído consigo. En estas condiciones tiene lugar una situación prerrevolucionaria o revolucionaria y en esas condiciones, un número considerable de luchadores de la vanguardia revolucionaria pueden ganar la mayoría de la clase obrera para la perspectiva de la revolución.

La transferencia de poder de una clase a otra sólo puede ser realizada por la insurrección de las masas explotadas lideradas por un partido revolucionario de sus combatientes de vanguardia. Dado que el estado burgués es un instrumento armado de represión, su dominio sólo puede ser roto arrancando el control de estas fuerzas del alto mando y el cuerpo de oficiales, ganando para la causa a los soldados de tropa y disolviendo por la fuerza a los destacamentos que sigan siendo leales a la contrarrevolución.

No podemos tomar el control del viejo aparato del estado; debemos destruirlo y reemplazarlo por un estado completamente nuevo, un Estado en el que la clase trabajadora, los campesinos y los pobres urbanos, administren la sociedad a través de los consejos de delegados elegidos en las empresas, los barrios, las aldeas, las escuelas y universidades. Una y otra vez dichos organismos han surgido en las crisis revolucionarias; desde la Comuna de París, pasando por los Soviets rusos, el Räte alemán y los Cordones chilenos hasta las Shoras iraníes. Surgen como órganos de lucha, consejos para la acción, pero sólo un claro liderazgo revolucionario puede permitirles convertirse en órganos de insurrección y después en un nuevo poder de estado de la clase trabajadora.

Mientras sigua existiendo una antigua clase dirigente capaz de retomar el poder, la clase trabajadora debe hacer todo lo necesario para evitarlo. Mientras que el estado de trabajadores será la democracia más completa y más libre para las clases explotadas anteriormente, al mismo tiempo será una dictadura contra aquellos que buscan restaurar el capitalismo. Esto, nada más y nada menos, es lo que realmente significa la dictadura del proletariado. No se puede prescindir de ella hasta que las clases gobernantes más poderosas de nuestro planeta hayan sido desarmadas y desposeídas.

Sin embargo, un Estado de los trabajadores no debe permitir que una casta de burócratas ejerza la dictadura sobre los trabajadores, tampoco puede ser un Estado en el que solo un partido sea autorizado a existir. Las masas trabajadoras deben ser capaces de expresar sus diferentes puntos de vista en diferentes partidos, que tendrán que competir democráticamente para ganar y mantener una mayoría en los consejos de los trabajadores. Tampoco debe ser nuestro socialismo uno donde un presidente, un caudillo o un líder máximo concentren toda la iniciativa en sus manos y se rodee a sí mismo de un culto a la personalidad como un Stalin, un Mao o un Castro.

Por un Gobierno de Obreros y Campesinos

Las guerras y las crisis económicas crean situaciones revolucionarias y fuerzan a la clase obrera a buscar una solución gubernamental en sus intereses. Pero esas crisis sociales no esperan a que la clase obrera cree un partido revolucionario de masas listo para tomar el poder. En su ausencia, la clase trabajadora mira a los líderes de sus sindicatos existentes y sus partidos reformistas. Cuando los partidos de derecha están en el poder, los trabajadores reformistas no pueden esperar pasivamente hasta las próximas elecciones sino que deben intentar echarles a patadas a través de la acción directa (huelgas generales, ocupaciones de fábricas) y llevar a “sus propios” partidos al poder.

Los revolucionarios deben advertir que los líderes reformistas, incluso si fueron llevados al poder por la acción de las masas, aún así harán todo lo que sea posible para servir a la clase capitalista en la desmovilización de la lucha. Sin embargo dejar las cosas en el nivel de denuncia de los reformistas sería abandonar el método de nuestro programa de transición, que no es un ultimátum y no espera que los trabajadores deban abandonar sus organizaciones antes de que puedan luchar por las exigencias vitales y lemas del momento.

En tales circunstancias, hacemos un llamamiento a todos los líderes actuales de los trabajadores, tanto de los sindicatos como de los partidos, para romper con los capitalistas y formar un gobierno para resolver la crisis defendiendo los intereses de la clase obrera, responsabilizándose antes las organizaciones de masas de la clase trabajadora. Las organizaciones de los trabajadores deben exigir que tal gobierno adopte medidas económicas punitivas contra el sabotaje capitalista: expropiar sus industrias, bancos, etc. y reconocer el control obrero de los mismos. Para impedir el sabotaje inevitable de los jefes de la administración pública, las provocaciones de la policía, golpes de estado militares o “constitucionales”, se necesitaría la creación y el armamento de la milicia de los trabajadores y la ruptura del control de la casta de los oficiales sobre la tropa del ejército.

Mientras que los revolucionarios presenten una creciente alternativa a los reformistas, tal gobierno de los trabajadores podría actuar como un puente a la toma revolucionaria del poder del Estado por la clase trabajadora, con todo el poder transferido a manos de consejos de delegados de los trabajadores, elegidos directamente y revocables (soviets) y con el establecimiento de un estado revolucionario.

• Ruptura con la burguesía: todos los partidos de los trabajadores deben mantener una estricta independencia y negarse a entrar en gobiernos de coalición a nivel local o nacional con los partidos de los capitalistas

• Por un Gobierno de los Obreros y los Campesinos: expropiar a la clase capitalista. Nacionalizar todos los bancos, corporaciones, comercio al por mayor, transporte, industrias y servicios sociales, de la salud, la educación y la comunicación, sin compensación y el bajo control de los trabajadores.

• Los bancos nacionalizados deberían fusionarse en un banco único estatal bajo el control democrático de la clase trabajadora, con las decisiones sobre inversión y recursos tomadas democráticamente como un paso hacia la formación de un plan central bajo el control de la clase trabajadora y hacia el desarrollo de una economía socialista.

• Introducir un monopolio del comercio exterior.

• Un Gobierno de los Obreros y los Campesinos debe basarse en los consejos (soviets) y milicias armadas de los obreros, los campesinos y los pobres urbanos.

• El poder total sobre el estado de la clase trabajadora sólo puede lograrse por la ruptura del poder armado del estado capitalista, su aparato militar y burocrático y su sustitución por la autoridad de los consejos de los trabajadores y su propia milicia obrera.

Por la revolución permanente

En los países semi-coloniales, independientes solo en teoría y sujetos a la interferencia política y el control económico de las grandes potencias imperialistas, las masas todavía no han obtenido muchos de los derechos fundamentales establecidos en los primeros países capitalistas en la Revolución Inglesa de la década de 1640, la Revolución Americana de 1776 o la Revolución francesa de 1789. Igualmente, hoy día en el mundo semi-colonial muchas de las tareas básicas del desenvolvimiento capitalista como la independencia nacional, la revolución agraria, los derechos democráticos y la igualdad jurídica de las mujeres siguen sin cumplirse.

Como resultado, muchas fuerzas revolucionarias nacionales de hoy, influidas por el pensamiento democrático burgués y por la ‘teoría de etapas’ de Stalin, aún sostenida hoy por partidos comunistas oficiales, creen que la solución al subdesarrollo semi–colonial es completar la revolución democrática y establecer una auténtica independencia nacional y una república moderna a través de una alianza de todas las clases que se oponen a la dominación extranjera y apoyan el desarrollo democrático.

Este esquema es la estrategia común de fuerzas dispares en el mundo semi–colonial, desde Fatah y el FPLP en Palestina, hasta el movimiento democrático en Irán, el Partido Comunista de Filipinas y los Maoístas en Nepal. Aun así, la historia ha demostrado una y otra vez que en estos países la burguesía nacional es demasiado débil y está demasiado estrechamente ligada al capital extranjero y las potencias y corporaciones imperialistas, como para liderar una revolución burguesa clásica hasta la victoria.

Esa tarea corresponde a la clase obrera. Al frente de la revolución nacional en alianza con los campesinos, los trabajadores deberán mantener estricta independencia de los capitalistas y proceder no sólo a proteger los derechos democráticos más completos, sino también a superar las limitaciones del capital; no pueden dejar el poder en manos de una clase burguesa intrínsecamente incapaz de romper con el imperialismo pero capaz de asegurar sus propios privilegios separados de las masas. Los obreros deben empujar directamente hacia la revolución social. Esta es la estrategia de la revolución permanente o sin interrupciones.

La clase obrera debe defender el establecimiento de derechos nacionales y democráticos plenos en las naciones oprimidas y semi–coloniales. La clase obrera debe encabezar la lucha contra la dominación imperialista bien por la deuda, la ocupación, el control por empresas multinacionales o por la imposición de regímenes dictatoriales clientelares.

• Las organizaciones de la clase trabajadora deben hacer un llamamiento para la formación de un frente unido antiimperialista de todas las clases populares pero manteniendo su propia independencia.

• Ninguna participación de las organizaciones de los trabajadores en cualquier régimen burgués, sin tener en cuenta cuan radical pudiera ser su retórica antiimperialista.

• Por los consejos de los delegados de los trabajadores y los campesinos

• Por un gobierno de los trabajadores y los campesinos que avance de la revolución democrática a la social, socializando la propiedad y el control de la industria y la agricultura, renunciando a las deudas imperialistas y propagando la revolución a otros países, promoviendo las federaciones regionales de los estados de la clase obrera y desarrollo socialista.

La transición al socialismo

El socialismo por el que estamos luchando necesita que los medios de producción a gran escala estén en manos de la clase trabajadora para que democráticamente pueda planificar su desarrollo para satisfacer las necesidades humanas y aniquilar progresivamente la desigualdad y las clases sociales.

Bajo un estado revolucionario de los trabajadores, no habrá ningún plan burocrático monstruoso tal como existieron bajo el estalinismo, donde una casta de privilegiados burócratas intentó decidirlo todo de forma centralizada. Después de la revolución, la clase obrera socializará los bancos, las instituciones financieras clave, las empresas de transporte y de servicios públicos y todas las grandes industrias. Esto proporcionará las bases para una serie de planes entrelazados, desde el nivel local al regional, después al nivel nacional e internacional, cada uno de ellos decidido después de ser debatidos por una democracia de los trabajadores y los consumidores.

Esto no es un sueño como afirman los propagandistas burgueses. Las tecnologías modernas permiten descubrir y comunicar las carencias y las necesidades de todo el mundo en segundos y, a continuación, coordinar la producción y el transporte para cubrirlas. Cada empresa multinacional moderna ya funciona de esta manera. Pero, en contraste con las corporaciones capitalistas, nosotros utilizaremos los logros de las tecnologías modernas no para el beneficio de unos pocos, sino para beneficio de toda la humanidad.

Los artesanos, comerciantes y campesinos a pequeña escala podrán mantener sus empresas familiares como propiedad privada, si así lo desean. Al mismo tiempo, serán animados a liberarse de la inseguridad del mercado y la competencia salvaje orientando su producción al plan de toda la sociedad para el desarrollo económico. La idea de que el socialismo puede basarse en la propiedad privada de pequeña escala o las cooperativas es una utopía retrospectiva que puede sólo, con el tiempo, volver a crear las condiciones de una economía de mercado y alentar, una vez más, la acumulación de capital. No obstante, la socialización de la pequeña propiedad agraria, pequeños comercios etc. debe ocurrir gradualmente y voluntariamente y no por la fuerza como bajo Stalin.

Nuestro objetivo: La Revolución Global

Que la revolución se produzca y triunfe primero en un país atrasado, uno semi-colonial o en un país imperialista avanzado, lo vital es que se disemine internacionalmente. Esto es necesario para defender lo que ha sido ganado y para lograr el pleno potencial de la sociedad socialista. Allí donde los trabajadores tomen el poder, serán atacados por las potencias capitalistas extranjeras, especialmente por las principales potencias imperialistas. La forma más efectiva de defensa es, por lo tanto, la propagación de la revolución a esos países por medio de la ayuda en la lucha por el poder por sus clases obreras. Además, como la degeneración y el colapso definitivo de la Unión Soviética demostraron, es imposible completar la construcción del socialismo a nivel nacional. “El socialismo de un solo país” es una utopía reaccionaria.

Las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo durante siglos demandan un orden internacional. Desde el comienzo del siglo XX, el mismo estado-nación se ha convertido en una cadena que lastra su ulterior desarrollo. Por lo tanto el requisito indispensable que es la estrategia de la Revolución Permanente fluye no sólo de la necesidad de combatir la continua resistencia de la antigua clase dirigente, sino del hecho de que un desarrollo racional y sostenible de las fuerzas productivas de la humanidad sólo puede lograrse finalmente a nivel mundial.

A continuación, sobre la base de una economía planificada a nivel mundial y una federación mundial de las repúblicas socialistas, progresaremos hacia un nivel común de riqueza y hacia la completa igualdad de derechos para toda la humanidad. Como resultado de este proceso, las clases sociales y las características represivas del Estado morirán gradualmente. Pero primero tenemos que empezar. En un país tras otro, sacudido ya por la crisis histórica del sistema, debemos arrojar el capitalismo al abismo. La Revolución Mundial, y nada menos, es la tarea de la venidera Quinta Internacional.

Trabajadores y pueblos oprimidos del mundo – ¡uníos!

¡Hacia una nueva Quinta Internacional!

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